La tribu catalana

Qué gran lección de periodismo nos han dado esta semana los medios de comunicación ibéricos. Sólo con las palabras «hijos» y «tribu» han sido capaces de construir un relato que superaba los tres párrafos de lectura aterradora. Gracias a la profesionalidad contrastada que les caracteriza han podido informar con pelos y señales de un hecho que todavía no se había producido y elevar una opinión personal a la categoría de propuesta política susceptible de ser anulada por el Tribunal Constitucional. Francamente, no entiendo cómo es posible que el sector periodístico esté en crisis. Superada la genialidad de ofrecer contenidos gratuitos al público pensando que así comprarán el producto, ya no se conforman con manipular el presente y ahora se atreven con el futuro. ¿Qué más se puede pedir?

Esta vez el objeto de la mofa canallesca mesetaria ha sido el adelanto del corte de un minuto largo de una entrevista radiofónica a la diputada de la CUP Anna Gabriel que se iba a emitir durante el fin de semana. A la aborigen Gabriel le preguntan por los hijos y ella dice lo que piensa sin pensar lo que dice: que mejor que los eduque la tribu. Ya sabemos cómo las gastan los cupaires y si no que se lo pregunten a Carles Puigdemont, cuya cabellera está cada día más perjudicada por los disgustos que le dan los herederos de Pol Pot a la hora de votar en el Parlamento las propuestas del gobierno catalán. O a Ada Colau, que de tanto sufrir para arrancar una abstención a la banda del temible Garganté para poder aprobar el presupuesto, ha acabado tirándose de cabeza a los tiburones socialistas.

Como sabiamente ha dicho esta semana el oráculo Jiménez Losantos –que tanto admiraba Joan Puigcercós porque era una máquina de hacer independentistas mucho más efectiva que la reproducción por fornicación entre patriotas-, los catalanes somos una tribu peligrosa. Cuando no tenemos un enemigo común a quien cargarle con las culpas de todo lo que nos pasa, nos cascamos entre nosotros sin pensar que después tendremos que limpiar la sangre. Superados los memorables tándems Pujol-Duran y Maragall-Montilla, el matrimonio Puigdemont-Junqueras era hasta ahora el ejemplo más paradigmático de este comportamiento tan nuestro, pero estoy convencida de que la nueva pareja de hecho Colau-Collboni nos reservará momentos inolvidables que harán las delicias de los guionistas del Polònia.

Que Junqueras tenga la llave de la caja vacía me daba un poco de respeto, pero que Collboni controle B:SM, la poderosa empresa municipal sin la cual nada funciona en Barcelona, todavía me da más. De hecho, los palos en can Colau han empezado al día siguiente mismo del aterrizaje socialista en el gobierno con la decapitación de Berta Sureda, la invisible comisionada de Cultura. Como es habitual, su sustituto –sea el incombustible Xavier Marcé u otro especimen similar- tendrá que cortar ahora unos cuantos cuellos más para asegurar de que se deshace de lo poco que haya hecho la discreta Sureda y de que se retoman las prácticas ocultistas que caracterizaron los treinta años de paz de reinado socialista.

En la sede de la Asamblea Nacional de Cataluña también se ha oído ruido de sables esta semana y ni la desesperada llamada de la señorita Rottenmeier-Forcadell a votar de forma civilizada ha conseguido calmar a las fieras sedientas de poder. Cuando los partidos se meten por medio e intentan controlar una de las entidades cívicas más poderosas del país en un momento en que el suflé se viene abajo, es normal que se acaben cosiendo todos a cuchillazos aunque después todos vayan de colegas como es el caso. La yanqui filoconvergente Liz Castro ha vuelto a ganar unas elecciones caracterizadas por el enfrentamiento interno, pero todavía tendremos que esperar unos días para ver cómo acaba este culebrón y qué hacen con los restos de Jordi Sánchez.

Es lo que tienen estos arrebatos de tribu primitiva reprimida bajo capas de sentido común. Cuando salen son incontrolables.

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