La expresión es desafortunada lo reconozco. No me gusta ni me parece justo dividir las personas en listas y tontas. Pero lo he utilizado para resaltar la idea que quiero expresar: Es absurdo que un grupo de personas sin ninguna representatividad ciudadana se auto-otorgue el derecho a redactar la Constitución de un país. Viejo o nuevo. Y pasamos de una situación absurda a otra de grotesca cuando los medios de comunicación públicos presentan esta iniciativa como loable y digna de ser promovida a través de sus programas informativos.
Las constituciones y los estatutos no se hacen así. Deben representar de la mejor manera posible el sentimiento y las aspiraciones del abanico más amplio de ciudadanos que componen la comunidad, nación o Estado que se quiere enmarcar con estos textos. La dinámica que aplican los estados democráticos es convocar asambleas constituyentes elegidas por los ciudadanos. Los representantes elegidos intentan pactar un texto de consenso. Una vez redactado este texto, con el máximo de consenso posible, se pone a votación popular y se disuelve la asamblea. Si se aprueba la nueva Constitución, las nuevas elecciones se celebran ya bajo su normativa.
El deterioro de la calidad democrática de la sociedad catalana ha llegado al extremo de presentar como normal lo que es un despropósito absurdo. Da igual lo que se piense de los artículos incluidos en esta Constitución de la que sólo se sabe que comenzó a redactar el juez Santiago Vidal y luego han presentado como propia 17 personas que no se sabe de dónde han salido, algunas de las cuales han demostrado el desparpajo suficiente como para presentarse como portavoces en entrevistas en prime time en TV3 y otros medios.
En las facultades donde imparten clases los numerosos profesores y catedráticos de derecho constitucional que hay en Cataluña se han hartado de reír con esta iniciativa. O de llorar, que con este país nuevo que estamos constituyendo no sabemos si hacer una cosa o la otra.
