Diplomacias a la greña

Reconozco mi ignorancia en cuestiones de protocolo, etiqueta y diplomacia. El orden de los cubiertos en la mesa no me ha preocupado nunca como tampoco me ha interesado saber dónde se ha de colocar exactamente al ministro de turno cuando viene de visita oficial para que la foto no salga desenfocada y nadie se sienta tan ofendido como para declararme la guerra. Los conflictos institucionales por esta razón me parecen tan absurdos que no puedo evitar reírme, pero sorprendentemente son habituales y cuando se mezclan razones políticas pueden provocar una delirante reacción en cadena de despropósitos.

El último esperpento lo han protagonizado los gobiernos español y catalán, siempre compitiendo por ver quién la tiene más larga cuando se trata de recibir a autoridades extranjeras. La víctima propiciatoria ha sido el primer ministro italiano, Matteo Renzi, que hace unos días vino a Cataluña para acompañar a los familiares de las chicas italianas que murieron en el accidente de autocar de Freginals. Renzi fue recibido a pie de avión por el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y por su melena que ya empieza a clarear por culpa de los disgustos que le ha dado Albert Ballesta. El encuentro fue debidamente vendido como un acto de alto nivel entre dos mandatarios de similar categoría, cosa que puso de los nervios a la belicosa diplomacia popular.

Desde el gobierno central no tardaron ni cinco minutos en cagarse en Puigdemont por haberse enganchado al ex-alcalde de Florencia con el único propósito de salir en todas las fotografía y mostrar al mundo que Cataluña no es una entelequia como ellos quieren hacer ver. Según la versión de la diplomacia española para justificar su falta de educación, Renzi había comunicado el deseo de no ser acompañado por ninguna autoridad a su llegada al aeropuerto de Reus porque era un viaje privado aunque viajaba en un avión de la República Italiana. Es por eso, explican, que la delegada del gobierno central, María de los Llanos de Luna, se despidió a la francesa en cuanto le vio pisar tierra catalana.

Desde Cataluña, la versión era completamente diferente. Resulta que el todavía inexperto Puigdemont –que no sabe ni designar a substitutos- tuvo que ejercer de maestro de ceremonias ante la absoluta falta de tacto del presidente español, Mariano Rajoy, que no se dignó ni en aparecer en versión plasma para recibir al mandatario italiano. Con su delicadeza habitual, Rajoy y su pánico escénico se limitaron a transmitir el pésame a los presidentes de Francia, Italia y Rumanía, y a la canciller alemana por teléfono. Lo que todavía no sabemos es si el mensaje de pésame había sido grabado previamente para evitar hacer el ridículo habitual.

Al margen de la versión que uno escoja, Madrid queda cada vez más lejos para entender la desesperación de la diplomacia catalana porque alguien les haga caso. No lo han conseguido ni triplicando los departamentos que se dedican a difundir por el mundo qué es Cataluña por la sencilla razón que al mundo Cataluña le importa un pimiento. Esta dolorosa indiferencia es la que explica que una nutrida representación del gobierno catalán integrada por los consejeros de Salud, Toni Comín; Interior, Jordi Jané; y Asuntos Planetarios, Raül Romeva, se apuntase a la comitiva clandestina y no dejasen a Matteo Renzi en paz ni para ir al baño.

El lamentable episodio no sólo ha servido para ampliar todavía más la grieta que nos separa por mucho que Quico Homs insista ahora en reconciliarnos. También ha puesto en evidencia la mala baba que gasta la exquisita diplomacia ibérica. A las críticas del gobierno popular por la presunta politización de la visita, la diplomacia catalana respondió que Madrid se había inventado que el viaje era privado y que Renzi había vuelto a Roma muy satisfecho del trato recibido. A educados, no nos gana nadie aunque muy pocos sepan que existimos.

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