Artur Mas, ex-presidente de la Generalitat, en la convención de la Juventud Nacionalista de Cataluña: «A pesar de que hay una mayoría de izquierdas, el principal escollo se llama Cataluña y se llama referéndum». Habla del debate de investidura fallida del socialista Pedro Sánchez como presidente del Gobierno español.
El hasta hace un par de meses presidente catalán acepta, por tanto, que no se puede descartar el regreso a la pantalla del proceso donde la consigna era «queremos votar». A su sucesor, Carles Puigdemont, en cambio, le encargó llevar adelante este proceso hacia la independencia sin ningún referéndum de por medio.
Se supone que estamos en una pantalla donde un Super Mario Bros, vestido con una estelada, va venciendo los obstáculos que nos separan del día de la proclamación de la independencia, caiga quien caiga. Esto debería ocurrir dentro de 18 meses (16 si descontamos los que han pasado desde la toma de posesión de Puigdemont).
Plantear ahora el tema del referéndum como solución del escollo de Cataluña parece que debería ser un recurso de los unionistas que quieren poner palos en las ruedas de la autopista hacia su separación de España. Que Mas lo ponga ahora sobre la mesa y, además, ante la juventud convergente, que siempre han sido los más animados del partido de Jordi Pujol (aún lo es, ¿no?) por la causa independentista debe de haber descolocado a más de uno de estos jóvenes. De estos jóvenes y de los no tan jóvenes y no tan convergentes que comparten la voluntad independentista.
Más que un juego consistente en pasar pantallas, el proceso se ha instalado en un juego de la oca donde Mas ha caído al pozo y debe esperar que algún unionista caiga en esa casilla para poder salir de él y seguir avanzando. Lo peor que te puede pasar en este juego es que llegues a una casilla del tesoro final, que tires el dado, te salga un seis, rebotes y vayas a parar a la muerte. Y morir, en el juego de la oca, significa volver a la casilla de salida.
¿Cabe imaginar una tortura peor?
