La muerte de tres cipreses

Unos desconocidos han talado y tirado tres cipreses que había delante de la casa que el director de teatro Albert Boadella y su mujer tienen en Jafre (Baix Empordà). Se trata de un acto de represalia por las conocidas posiciones críticas hacia el nacionalismo catalán que mantiene el fundador de Els Joglars y, según ha dicho, no es la primera vez que sufre actos de vandalismo de supuestos patriotas intransigentes que, por lo que se puede constatar, han decidido castigarlo por sus opiniones políticas.

¿Qué culpa tienen los tres cipreses de la tirria que algunos independentistas desmadrados tienen contra Albert Boadella? ¿Por qué estos tres árboles, que crecían pacíficamente en el Empordà, han pagado con su vida el rifirrafe político que suscita el «proceso»? ¿A qué punto de irracionalidad hemos llegado que los hay que no dudan en segar tres inocentes cipreses para expresar su odio hacia un creador teatral que, más allá de sus declaraciones públicas sobre el pujolismo y la independencia de Cataluña, es un contrastado genio de las artes escénicas?

Nadie sabe cómo acabará el «proceso» iniciado por Artur Mas ni hasta dónde llegará la supuesta «desconexión». Pero, de momento, los tres cipreses de Jafre es seguro que ya no lo verán.

Desde mi sensibilidad ecologista, este episodio me parece de una especial gravedad. Parafraseando a Marta Ferrusola, Cataluña «no se merece» que mueran tres cipreses por las discrepancias políticas que provoca el sueño independentista.

Tampoco en nombre del sueño independentista tiene que morir la libertad de información y de expresión, tan dañada y tan escasa durante décadas en este rincón del mundo. El departamento de Presidencia de la Generalitat acaba de publicar en el DOGC la convocatoria para la concesión de subvenciones a los medios de comunicación privados (prensa escrita, diarios digitales, radios y televisiones) que utilizan las lenguas catalana o aranesa. Ya estamos acostumbrados a este «ritual» que se repite cada año, pero ello no quita que sea de una perversidad intrínseca sideral: la libertad de información y la subvención gubernamental son conceptos antitéticos.

Este, como canta Lluís Llach, es un país pequeño y nos conocemos todos. Durante años, las subvenciones de la Generalitat se han empleado como un mecanismo de propaganda y de «omertà». El «esto no toca» de Pujol –que tuvo su continuidad durante la época de Artur Mas- ha provocado que la información que recibe la sociedad catalana haya sido sistemáticamente manipulada y censurada para favorecer y perpetuar los intereses mafiosos de un ‘núcleo’ dominante con voluntad de imponer su hegemonía.

Yo quiero creer que con la presidencia de Carles Puigdemont, que es periodista y sabe que la libertad es el oxígeno de esta profesión, los medios de comunicación catalanes podremos trabajar sin bozal. Yo quiero creer que el nuevo equipo responsable de Comunicación de la Generalitat no hará «listas negras» de medios y periodistas «desafectos» a quienes se tiene que marginar y menospreciar. Yo quiero creer que las subvenciones y la publicidad institucional se distribuirán sin criterios sectarios y sin obediencia debida. Yo quiero creer que TV3 y Catalunya Ràdio serán, a partir de ahora, unos medios objetivos y plurales donde los criterios informativos prevalecerán por encima de las consignas políticas. (En este sentido, y espero equivocarme, el nombramiento de David Bassa como director de informativos de TV3 no invita, precisamente, al optimismo).

Yo quiero creer… Pero, por si acaso, anuncio que EL TRIANGLE renuncia explícitamente a pedir subvenciones a la Generalitat para no tener que pagar peaje político y porque considero que la sociedad catalana tiene otras necesidades mucho más perentorias que no engordar el «estómago» de la «coral de cantores procesistas». Eso sí, vigilaremos muy de cerca la política comunicativa de Presidencia y, si se tercia, denunciaremos sus excesos, contradicciones, silencios e incongruencias.

Yo quiero creer que los tres cipreses de Jafre serán las últimas víctimas de la «masacre» que la libertad de información y de opinión ha sufrido en Cataluña desde que en 1980, Jordi Pujol aterrizó a la presidencia de la Generalitat.

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