Ir a Madrid a perder el tiempo

Ha sido convocar elecciones el señor Rajoy y salir todos corriendo a buscar candidato y cerrar las listas. ¿No habíamos quedado que España nos importaba un rábano y que el proceso de desconexión era imparable? Resulta que, una vez más, en la compleja galaxia independentista catalana los únicos que tienen claro que en el Congreso de los Diputados no se les ha perdido nada son los supuestamente descerebrados de la CUP que no quieren a Artur Mas como presidente. Al resto les ha faltado tiempo para enviar a Madrid a sus embajadores. En el caso de CDC, el encargado de presentar credenciales será probablemente Quico Homs, muy curtido en negociaciones surrealistas como el vodevil del Estatuto catalán.

No hace falta ser un cerebro para llegar a la conclusión lógica que presentarse a las elecciones de un país que consideras que no es el tuyo no tiene ni pies ni cabeza. Al hacerlo, estás legitimando una institución política que depende de un gobierno de un Estado que supuestamente te roba y utiliza la justicia con finalidades políticas para decapitar el movimiento soberanista. Pensar que obtendrás mayoría absoluta es absurdo y pensar que con una correlación de fuerzas diferente será posible un divorcio civilizado gracias a tu influencia todavía lo es más, sobre todo porque la doncella que PP y PSOE cortejan es Ciudadanos y ninguno de ellos dará el visto bueno al desmembramiento patrio.

Sin embargo, el diputado de ERC en el Congreso Joan Tardà ha defendido la presencia de las fuerzas catalanas, las independentistas, en la cámara baja española para apoyar precisamente el proceso de ruptura democrática. Debe ser de los pocos republicanos convencidos que ir a Madrid es importante para hacer pedagogía de la secesión, supongo malévolamente que porque él se juega en parte el empleo. También debe ser uno de los pocos desmemoriados que se cree la nueva Convergencia independentista y que ha olvidado las malas jugadas que en el pasado les hizo CiU pactando con el gobierno de turno y dejando con el culo al aire al resto de fuerzas catalanas.

De momento tendremos que esperar acontecimientos. Esquerra no tiene claro ni el cabeza de lista –a pesar de que suena el mismo Tardà, como siempre- ni qué tipo de candidatura presentará. El dilema de los republicanos es ahora si hacen una triste lista de partido o repiten el experimento agridulce de presentarse en coalición con los convergentes. Recuperar el invento maragalliano de abrir la candidatura a la sociedad civil y hacer una lista de poetas y cantantes para amenizar las soporíferas sesiones del Congreso también es una opción.

Y si la participación de las fuerzas independentistas a las elecciones del 20-D me tiene desconcertada, el caso de los socialistas catalanes presentando su candidatura como un ejemplo de renovación me ha acabado de rematar. Resulta que la eterna y ambiciosa Carme Chacón, apadrinada por José Montilla y experta en segar la hierba bajo los pies a quien se pone por delante, se presenta a sí misma como la candidata de la renovación. Y lo peor es que no es sólo ella. En la lista de savia nueva del PSC aparece también José Zaragoza, otro incombustible dirigente socialista que durante una época por suerte ya lejana sacaba y ponía redactores de las secciones de política de algunos diarios barceloneses como si nada.

Tengo la sensación de que en la calle Nicaragua se han creído que la travesía del socialismo catalán por el desierto se ha acabado y que la noche del 20-D será la del retorno triunfante de Pedro Sánchez a la Moncloa gracias a los votos del PSC. Los resultados de las elecciones catalanas no fueron tan desastrosos como todo el mundo esperaba, de acuerdo, pero pensar que el escenario se puede repetir en los comicios de diciembre es temerario, sobre todo ahora que el movimiento municipalista pilotado por Ada Colau ha vuelto al tablero de juego con nuevas fuerzas.

Intentar vender al elector catalán la moto de una candidatura renovada encabezada por la exministra de Defensa Chacón demuestra que en el PSC no tienen espejos para verse las arrugas. Quiero pensar que los catalanes no somos tan tontos como ellos piensan y todavía podemos detectar el olor a naftalina de los unos y la incongruencia de los otros.

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