Nunca me hubiera imaginado que echase de menos la presión independentista que vivimos meses atrás. Ahora la añoro. Era divertido. Estimulante. Me pasaba el día conectando Catalunya Informació –pese a su sectarismo descarado o quizás por ello- para seguir el minuto a minuto del «proceso». Qué había dicho aquél. Qué había dicho el otro. Cuántos días quedaban para el 9 de noviembre. Si salía o no salía una nueva resolución del Tribunal éste o aquél. Entrar en los portales patrióticos -de un bando o del contrario- era casi obligado para captar el estado de ánimo del personal.
Y de un tiempo a esta parte, la modorra. Pasó el 9 de noviembre y tuve la sensación de que los líderes del «proceso» consideraron que tocaba pasar las vacaciones de Navidad en familia y aparcar el empeño independentista hasta después de Reyes.
Pero es que han pasado los Reyes y estamos igual. Las rencillas entre Rajoy y Mas se siguen rutinariamente. Las banderas estelades siguen donde estaban, esperando que pase algo. De tener la sensación de que Catalunya pasaría a ser un país independiente de un día para otro hemos pasado a una situación en la que parece que ya no corre prisa.
Oriol Junqueras, que sollozaba reclamando una solución rápida, da por bueno que las elecciones no se hagan hasta dentro de nueve meses. La ANC y Òmnium Cultural que exigían que se hicieran antes de las municipales, aceptan el aplazamiento anunciado por el presidente de la Generalitat. «Hagamos primero las elecciones municipales y después ya veremos», es la sensación que predomina ahora en el ambiente.
Y, encima, al resintonizar los canales de televisión he perdido El Punt Avui TV, que era un referente para acercarse al mundo «indepe». Tal vez sólo es un kit kat, pero añoro la entrega total con que unos y otros vivían este debate hace un par de meses.
Lo cual no quita que yo dedicaría toda esta energía y entusiasmo a otras causas. Eso también es verdad.
