Supongo que los independentistas son conscientes de ello. Es evidente que si el próximo 9 de noviembre se hace una consulta -no me hagais decir cómo! – con la doble pregunta anunciada, sólo votarán los independentistas. A un mes de esa fecha no se pueden diferenciar las campañas del «queremos votar» y «queremos independencia».
Las dos entidades que convocaban la V del 11 de septiembre no se esconden en reclamar la independencia. Òmnium Cultural combina sus anuncios de «Votar es normal» con llamadas al voto independentista. En las concentraciones que se han hecho para protestar contra la suspensión de la convocatoria de la votación el clamor independentista ha sido evidente. Los alcaldes que se reunieron en el Palau de la Generalitat en un acto en el que debían manifestar el apoyo de sus consistorios a la celebración de la consulta se encontraron con un nuevo acto de fervor independentista.
Ha llegado un punto en que la defensa del famoso «derecho a decidir» y la apuesta por la independencia de Catalunya se han confundido. El propio Joan Herrera, después de la sesión de trabajo intenso de los líderes de los partidos partidarios de la consulta que no sabemos qué frutos dio, reconoció que, en condiciones normales, ahora se deberían estar debatiendo las diferentes alternativas de futuro para Catalunya en vez de convocando actos de unidad sigilosa.
En un país normal, si se hace una consulta se debatirán las opciones en juego. Si consulta y independentismo se confunden, es lógico que sólo voten los partidarios de esta última opción.
El 9N no habrá consulta. Y si la hubiera sólo votarían los independentistas. El 12 de diciembre de 2013 tuvimos fecha y pregunta. Ya podemos empezar a pensar en otra fecha y otra pregunta.
