La Guerra de los Seis Días, desatada unilateralmente por Israel en junio de 1967, todavía colea. La principal consecuencia de aquella «guerra preventiva» fue la ampliación territorial de los dominios del Estado sionista, a costa de Egipto, Jordania y Siria, y la opresión y expulsión de los palestinos que habitaban la zona desde tiempos inmemoriales. Estas tierras conquistadas ilegalmente -según ratifican reiteradas resoluciones de las Naciones Unidas– han sido repobladas, durante las últimas décadas, por colonos judíos, que constituyen el principal escollo en las laboriosas negociaciones de paz que lidera el secretario de Estado norteamericano, John Kerry.
Se calcula que en los asentamientos construidos sobre los territorios ocupados viven unos 570.000 colonos, repartidos entre Cisjordania (350.000), Jerusalén Este (200.000) y los Altos del Golan (20.000). Las organizaciones de la resistencia palestina focalizan su estrategia en la recuperación de estos territorios usurpados por la guerra y, entre otras acciones, impulsaron en 2005 la campaña Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). El BDS promueve, a escala internacional, el rechazo a las actividades económicas y culturales que tienen su origen en los asentamientos judíos de Cisjordania para forzar la retirada de los colonos.
El BDS se extiende
A imagen y semejanza de la campaña de boicot contra el régimen del apartheid en Sudáfrica, que resultó decisiva para hacer caer el régimen racista de Pretoria, el BDS se está esparciendo como una mancha de aceite y preocupa a las autoridades sionistas, que detectan el incremento del rechazo internacional a los productos procedentes de los territorios ocupados.
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