Independentistas contados

La demostración de la fuerza independentista de esta Diada Nacional ha sido espectacular. Pero, a la vez, la Vía es un arma de doble filo. Todos los que estaban son los que son. El llamamiento de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) no admitía matices y, además, exigía un importante esfuerzo de movilización y de compromiso. Por lo tanto, los independentistas ya pueden ser contados. Según el consejero de Interior, Ramon Espadaler, en la Vía había 1,6 millones de catalanes. Más o menos, la suma de los votantes de CiU, ERC y la CUP de las últimas elecciones, descontando los miles de niños y adolescentes que, como es obvio, no tenían derecho a voto. Pero, según el censo, en Catalunya somos 4,5 millones de electores…

 

La inteligente presidenta de la ANC y militante de ERC, Carme Forcadell, ha marcado dos objetivos contundentes en su discurso en la plaza de Catalunya: el referéndum se tiene que hacer el próximo año y la pregunta tiene que ser «independencia sí», «independencia no». Al presidente de la Generalitat se le gira el trabajo, y más después de que su mujer Helena Rakosnik, apoyara a la Vía Catalana. Esquerra Republicana y la CUP delimitan un camino que Artur Mas ya sabe que no podrá seguir. En primer lugar, porque el Gobierno central nunca autorizará una consulta de este tipo. En segundo lugar, porque sus socios de Unió ya han dicho, por activa y por pasiva, que ellos no son indepedentistas. En tercer lugar, porque ninguna gran potencia europea o mundial apoya la independencia de Catalunya.

 

Las sociedades modernas funcionan y avanzan por amplios consensos. Hay consenso, por ejemplo, en mantener la enseñanza pública y en garantizar el acceso de todo el mundo que quiera a la Universidad para formarse. Hay consenso en que hay que salvar la sanidad pública y en que la gente mayor tenga unas pensiones de jubilación dignas. Hay consenso en que las parejas homosexuales puedan casarse y en que hay que preservar el medio ambiente. Hay consenso en que hay que cortar de pura cepa la corrupción política y en que hay que parar los desahucios de la gente sin trabajo que no puede pagar la hipoteca.

 

Actualmente, la independencia de Catalunya no suscita consenso. Más bien al contrario, provoca una profunda división de la sociedad catalana. Y las posiciones son muy estáticas. Sólo ha habido un cambio: aquellos que ya eran nacionalistas han dado el paso y ahora son independentistas. Pero, por composición sociológica y pragmatismo, es muy difícil que, de aquí al año próximo, la fotografía se mueva demasiado.

 

Hay decisiones que son viables con el 51% de apoyo y otras que no. Podemos poner a referéndum la legalización de la marihuna, la opotunidad de que Barcelona presente una candidatura a los Juegos Olímpicos de invierno del 2022 -cómo han hecho en Oslo y harán a Múnich-, la autorización del ‘fracking’, de las corridas de toros o de los transgénicos. En estos casos, la participación y el resultado son importantes, pero no son determinantes en la vida de las personas. La independencia de Catalunya sí, pues lo cambia todo para todo el mundo. Hace falta, por lo tanto, que haya un consenso abrumador alrededor de esta cuestión que, por supuesto, en estos momentos no existe.

 

¿Qué harán CDC y ERC de cara a las elecciones europeas del próximo año? ¿Irán juntos en un Frente Independentista, sin Unió Democràtica? ¿Se añadirán conocidos militantes del PSC y de ICV que, como es obvio, abandonarán sus partidos? De entrada, esta es la cuestión más inmediata.

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