Bretaña & Catalunya

Por razones personales que no vienen al caso, tengo un fuerte vínculo con la Bretaña, región que conozco bien y a la cual viajo a menudo, siempre que puedo. Esto me ha permitido conocer de cerca esta vieja nación de Europa y descubrir que tiene unos paralelismos territoriales, históricos y culturales muy relevantes con Catalunya.

 

Como Catalunya, Bretaña logró su independencia con la disgregación del Imperio Carolingio. Como Catalunya, este territorio fue escenario de las disputas entre las dos potencias europeas emergentes, Inglaterra y Francia. Como Catalunya, Bretaña pactó su unión con Francia por la vía matrimonial, con la boda, en 1491, de la duquesa Ana de Bretaña con el rey francés Carlos VIII.

 

Como Catalunya, Bretaña se rebeló en varias ocasiones contra el centralismo impuesto por la dinastía borbónica. Como Catalunya, Bretaña tuvo sus carlistas contrarios a la revolución liberal, los «chouans». Como Catalunya, Bretaña conoció una reanudación de la identidad cultural a finales del siglo XIX. Como Catalunya, el movimiento nacionalista bretón también se dejó seducir por el fascismo y por el nazismo. Como Catalunya con Terra Lliure, Bretaña tuvo, en los setenta y ochenta del siglo pasado, una minúscula organización independentista armada, el Frente de Liberación de Bretaña, que cometió numerosos atentados contra los «colonos franceses».

 

La Bretaña tiene una superficie parecida a la de Catalunya y también está dividida en cuatro departamentos (provincias). Su población, eso sí, es la mitad que la catalana. Después de la descentralización impulsada por el presidente François Mitterrand, Bretaña tiene su propio Parlamento, en la ciudad de Rennes, y amplias competencias autonómicas.

 

Hoy, la Bretaña es una de las regiones más prósperas y más dinámicas de Francia. Una potente agricultura, unos puertos muy activos, una industria tecnológicamente puntera y un turismo de alto nivel dan a sus habitantes, en comparación con Catalunya, un envidiable nivel de vida. Al mismo tiempo, su identidad nacional es más fuerte que nunca. La iconografía bretona (banderas, productos artesanales, cervezas, ostras, sidra, quesos…) está presente en todas partes, mucho más que la de Catalunya, y tiene unas connotaciones empáticas y positivas.

 

El nacionalismo bretón es inteligente. Los bretones asumen su historia sin frustraciones y miran hacia el futuro con voluntad de superación. Han puesto en valor la diferencia sin buscar broncas secesionistas ni enemistarse con los vecinos. Han convertido la «marca Bretaña», reconocida en Francia y en Europa, en sinónimo de calidad… y les va la mar de bien.

 

Pero cuando han de defender sus intereses, se ponen en pie, y no con emotivas «cadenas humanas». Por ejemplo, Bretaña, después de una larga lucha, ha conseguido que no se implantaran centrales nucleares en sus costas (la que había en Brennilis ha sido desmantelada). Y han hecho valer sus derechos históricos para que su excelente red de autopistas sea gratuita.

 

Pero, está claro, Bretaña no ha conocido la brutal Pujoldependencia de las últimas décadas que hemos sufrido en Catalunya. Jordi Pujol, desde Fecsa, fue uno de los promotores de la nuclearización de Catalunya y, desde Acesa, de la construcción de las autopistas de peaje. Por ejemplo: en Bretaña sería del todo impensable que saliera adelante un proyecto tan aberrante como el BCN World que Enrique «Buñuelos», con el apoyo entusiasta de Artur Mas y de Caixabank, quiere construir en Vilaseca i Salou o que fuera la «meca» europea del turismo de alpargata y borrachera.

 

En Catalunya hemos perdido el tiempo y el norte. Si un día no me encontráis, preguntad por mí en la Bretaña…

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