Un sistema político podrido

En una entrevista en el diario El Mundo, el escritor Amin Maalouf habló de las diversas crisis que sacuden no sólo al mundo musulmán, sino al mundo en general y dijo que, en buena medida, la recesión era una derivada de la crisis moral que nos afecta.

 

Ya sé que, evidentemente, cuando alguien del mundo musulmán habla de Occidente y de su crisis, difícilmente piensa en el Estado Español, y ya no digo nada de Catalunya. En el segundo caso, ya tendría suficiente con que nos situaran en el mapa. Aún así, y aunque hagamos análisis materialistas, hay que reconocer en sus palabras un punto de verdad aplicable a todo Occidente, ciertamente, pero especialmente al Estado Español.

 

Ustedes me dirán, y con razón, que la moral no da de comer. Vaya, que la carencia de moral sí, y más si eres habilidoso, te hace rico. Pero la moral no es, en ningún caso, una virtud que tengamos que ligar al concepto cristiano de la palabra. La moral es el fundamento, el cemento que permite vertebrar a una sociedad a partir de unos supuestos de justicia que todos, incluso los ladrones, para que nos entendamos, consideren indiscutibles.

 

La moral significa, pues, unos parámetros de comportamiento globalmente aceptables, y nos permiten acceder a una sociedad de derechos y deberes, resguardándose el lobo que todos, en mayor o menor medida, llevamos dentro. Esta moralidad, no beatería repito, tiene que ser parte del talante exigible. Evidentemente, en varios grados que mantienen una relación directa a la posición jerárquica de cada individuo dentro de la estructura social. Vamos, que un albañil, con todos los respetos, vaya con camiseta impere y enseñe las nalgas al agacharse sería aceptable, pero no sé hasta qué punto lo sería si el protagonista de la escena fuera el presidente de la Generalitat, por poner un ejemplo de ir por casa.

Todo este largo preámbulo, por el que pido disculpas al lector, viene a cuenta del espectáculo de podredumbre moral y carencia del más elemental respeto a los ciudadanos al que nos están sometiendo nuestros gobernantes, muy especialmente el Gobierno Español y dirigentes del partido que lo soporta. No sólo reclaman a los ciudadanos una austeridad que no se aplican; chulean de sus contactos con la policía, presumen de fiscales de confianza, mienten día sí día también, insultan la inteligencia de los ciudadanos a los que toman por súbditos de capacidad mental limitada (idiotas, vaya), se niegan a dar explicaciones o las dan por televisión, reparten dinero en sobres, cobran tres y cuatro sueldos… por no hablar de una Hacienda que hace una declaración paralela a una persona a la que se le imputan trece fincas rústicas y urbanas que no ha declarado. Y podría seguir.

 

El ciudadano, en estas circunstancias, no puede seguir obligado por ninguna obligación. No tiene sentido pagar impuestos que otros, con mucha más capacidad económica, no pagan; resulta absurdo respetar la propiedad ajena cuando te han robado tus ahorros de una vida y la fiscalía anticorrupción dice que no hay delito; por qué respetar al otro ante los insultos y desconsideraciones de los gobernantes soportados día sí, día también.

El sistema político español está, pues, preso en una inmoralidad que lo deslegitima para imponer comportamientos éticos a la ciudadanía; la crisis económica un día u otro pasará, cómo ha pasado a lo largo del tiempo. Pero el pantano de mierda ya rebosa y más vale que pongamos remedio. Nosotros marchando para construir algo nuevo una vez seamos conscientes de lo que no queremos. Los españoles haciendo limpieza. Y a fondo.

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