Tuits en pantalla: intrusismo comunicativo

Hemos leído recientemente (EL TRIANGLE, 24 de febrero), la demanda hechaA TV3 sobre si esta cumple o no el protocolo de filtrado de los mensajes de los espectadores que salen en la pantalla, particularmente en el programa Més 324. A pesar de estar de acuerdo con la necesaria vigilancia de la calidad moral de estos contenidos, mi reflexión quiere cuestionar la pertinencia de esta práctica en la formalización visual de ciertos programas.

La proporción panorámica de la pantalla televisiva (16: 9) ha dado pie a una compartimentación del encuadre: imágenes compartidas de una persona que habla, junto a imágenes referentes a su discurso, y, además, el nombre del que habla, el logo del programa, la ‘mosca’ de la cadena… y muchas veces una cinta con noticias del momento, o los criticados mensajes de los espectadores. A veces son tres y cuatro imágenes, en un auténtico mosaico.

¿Qué provoca esta retórica audiovisual? Aumenta la atención, hace atractiva la pantalla. Pero este exceso de estímulos visuales y textuales acaba provocando una saturación que fuerza nuestra atención hacia los aspectos más llamativos, dificultando una comprensión global de lo que se está comunicando. Resultado: excitación, saturación, banalidad y olvido. Así podemos hacer programas muy osados ​​sobre las cloacas del Estado, sobre corrupciones terribles, sobre abusos de todo tipo… que nunca dejarán un sustrato comprensivo de razones y reflexiones, sino una marejada emocional, susceptible de ser reconocida en el pasotismo o en el nihilismo. Evidentemente que este pasotismo o el nihilismo son bases emocionales que predisponen al consumismo: aparecen entonces los anuncios que no usan multipantalla, sino imágenes claras y contundentes del producto y de sus beneficios. Un ejemplo extremo: las turbas que se manifiestan, claramente nihilistas y que protestan por todo, no pierden la oportunidad de ir de compras de ropa de marca, reventando los establecimientos.

Vamos al aspecto textual, y en particular a los citados mensajes de los espectadores en directo en un programa de entrevistas/tertulia. Desde H. M. Enzesberger este era un tema crítico: la retroalimentación (feedback le llaman), la capacidad de los medios de comunicación de masas de tener en cuenta la audiencia de manera activa.

En los años 80 y 90, con la normalidad del teléfono, era un espacio típico la conexión con un redactor que resumía este retorno, aquellas llamadas, en un programa de opinión. En los 2000, con los mails, algo similar, que luego fue mejorado con los SMS. Pero en todos estos casos, no sólo había un filtro por parte de la redacción del programa, sino que el debate se paraba y se daba paso a estos comentarios.

Ahora, y particularmente con los tuits, se ha optado por incluirlos en la parte baja de la pantalla en forma de cinta sin fin y en caliente. No entraremos en el debate de su filtrado (interesado o no, correcto moralmente  y/o políticamente), sino en la duplicidad de mensajes: una persona está opinando y por debajo de su rostro sale una frase contraria, descalificadora o directamente insultante. Y todo ello sin que la persona en concreto sea consciente, ni pueda reaccionar, con la consiguiente indefensión y banalización.

Por cierto, en el programa FAQS ya se permiten poner en un faldón (término técnico para referirse a los rótulos incrustados en pantalla que normalmente identifican a la persona que habla), no sólo la información, sino chistes: «A este le gustan los croissants».

No hace falta aclarar las normas de selección de los mensajes de los espectadores para ajustarse a los valores que las televisiones (y en particular una televisión pública como TV3) deben defender, sino que no es ético para las personas que están interviniendo en los platós tener como contrapunto un mensaje en el faldón sin que puedan tener conciencia de él. Altera su comunicación, la contamina (a veces de manera capciosa) y banaliza su intervención (recuerda aquellas bromas adolescentes de poner detrás de la cabeza del compañero la mano con un gesto ofensivo mientras hacían una foto).

¿Sería mucho pedir abandonar totalmente esta práctica y buscar otros medios de interacción de los espectadores, con auténtica voluntad de intercambio de ideas y de debate propositivo?

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