Ripoll, cuna de Cataluña

Ripoll es un pueblo triste del interior de esa Cataluña conservadora y tradicionalista, de condes y obispos, porcina, gótica, exhausta. Ripoll es, a día de hoy, una villa triste y decadente, en donde se exhiben embutidos en los escaparates, última esencia de un pasado secado y metido en una tripa de cerdo. Ripoll es una villa de paro y pobreza, de fracaso escolar.

Ripoll es lugar ideal para el cultivo de la xenofobia.

Como sucede en Olot o en Vic, en Ripoll hay infinidad de fachadas muertas, rostros cadavéricos, momificación de una Cataluña esencialista cuyo canto del cisne es la deriva ultranacionalista. Esencialista y terminal: el futuro huyó de esas villas. Solo sobreviven los embutidos colgando tras el cristal para goce de turistas instagramers. En esta versión catalana, pueblerina y folklórica de la Detroit que retrató Jim Jarmush en «Solo los amantes sobreviven», sus votantes votaron de forma masiva por el partido Aliança Catalana, liderado por una señora que responde al nombre de Sílvia Orriols y que se proclama independentista.

El programa de Orriols es sencillo: se trata de resolver los problemas de Cataluña por el procedimiento de echar fuera de su comarca (el Ripollès) a la inmigración. Viendo sus resultados (el 51% del censo votó por ella) cualquiera se da cuenta de que ese partido crecerá a toda leche y de que, en las próximas municipales, podría arrasar en toda esa Cataluña interior, la rural e incivilizada, la que sacó los tractores el 1 de octubre de 2017. El discurso de Sílvia Orriols le da varias vueltas en falta de complejos al de Santiago Abascal, que parece un niño tímido a su lado. En ninguna otra población de España la extrema derecha xenófoba cosechó el 51% del voto. Ripoll lidera la ultraderecha en España entera.

Sílvia Orriols es la alcaldesa de Ripoll con los votos de los independentistas del señorito de Waterloo. Puigdemont les sugirió que no lo hicieran, pero lo sugirió con la boca pequeña. Dice que les expedientará por desobediencia, pero un pajarito me dice que no hará nada, y que Puigdemont se hará el loco. Hacerse el loco es algo que a Puigdemont se le da muy bien: lo hará de maravilla.

Ripoll está en manos de una ultraderecha muy catalana y muy integrista con el permiso silencioso de Puigdemont, que se lo mira des del lejanísimo Waterloo por debajo de su flequillo extramundano e infantiloide, simulando que se preocupa un poco pero celebrando que su partido conserve una miajilla de poder en la decadente Ripoll, vecina de las no menos decadentes Vic y Olot, triángulo que forma el centro neurálgico de la podredumbre independentista, integrista y xenófoba. Entre independentismo y xenofobia siempre hubo un vínculo muy estrecho, una íntima reacción contra todo lo que no sea lo nuestro, los nuestros, las esencias patrias, la barretina, la sacrosanta lengua vernácula.

Algo se pudre en Europa, y algo se pudre en España. El hedor apesta. Pero donde más apesta por nuestro vecindario es en Ripoll, ese pueblucho triste, zombificado. La cuna del nacionalismo, del independentismo. Y la cuna del carlismo en el XIX.

Me pregunto en qué pensaban Pablo Iglesias y Podemos cuando bendecían al independentismo catalán por ser un movimiento democrático y progresista y etc, en qué diablos estaban pensando. Y me pregunto en qué medida esa bendición ingenua del independentismo favoreció el auge del ultraderechismo en todas partes, que apareció recubierto por un aliento democrático gracias a unas izquierdas que, de tan buenas y comprensivas, fueron idiotas. Esas izquierdas que no supieron ver el alma maligna del independentismo catalán, que le otorgaron la categoría de democrático, que justificaron los referéndums por ser estos una obra muy democrática: si se monta un referéndum para votar la expulsión de los inmigrantes… ¿eso es democracia? ¿Y si se vota la expulsión de los andaluces, de los castellanohablantes, de los botiflers?

Ahí lo tienen: visiten Ripoll, cuna de la Cataluña medieval, del embutido. El rostro más preciado de la raíz xenófoba y ultraconservadora del independentismo. Si se pasean por la villa de Ripoll, recuerden que, de cada dos oriundos que se crucen por la calle, uno de ellos votó por el odio. Y luego cómprense un embutido de esos que cuelgan tras los cristales, si se atreven.

(Visited 239 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario