Refugiados: La lección de Ucrania

La guerra en Ucrania ha provocado que unos 14 millones de ciudadanos y ciudadanas tuvieran que desplazarse de sus hogares a otros lugares del país o directamente cruzar sus fronteras en búsqueda de seguridad. A Cataluña, se calcula que han llegado unas 30.000. Se han repartido por muchos países de Europa o aún más alejados de su Ucrania. En todas partes se les ha recibido con los brazos abiertos y se les han facilitado ayudas más o menos suficientes para salir adelante un cierto tiempo.

Este gran número de desplazados ha comportado que, por primera vez desde que la Agencia de las Naciones Unidas por los Refugiados (ACNUR) hace el recuento, el número total de personas que han tenido que huir de sus hogares haya superado los 100 millones. “Es un récord que nunca debería haberse batido. Debe ser un toque de atención para acabar con los conflictos, las persecuciones, y atender las causas que fuerzan a gente inocente a huir de su casa”, ha dicho Filippo Grandi, alto comisionado de la ONU para los refugiados. Lo ha dicho coincidiendo con el Día Mundial de los Refugiados que la Asamblea General de la ONU instituyó en 2000 y se conmemora cada año el 20 de junio.

De los 14 millones de ucranianos y ucranianas que han sido expulsados ​​de su hogar, 8 millones han ido a parar a otras localidades del país y 6 millones se han ido fuera de él. Su tragedia la comparten personas de muchos, demasiados, países. Actualmente hay graves crisis de desplazados y refugiados en Myanmar, Etiopía, Burkina Fasso, Afganistán, Siria, Irak, República Democrática del Congo, Venezuela o varios países centroamericanos, asiáticos y del Sahel africano.

Las personas que llegan a países como el nuestro huyendo de otras crisis humanitarias no reciben, con mucho, el mismo trato que las administraciones están dando a las procedentes de Ucrania.

ACNUR recuerda que las personas forzadas a huir deben recibir un trato digno, sin importar quiénes son, de dónde vienen y porqué se encuentran en esta situación y que tienen derecho a solicitar asilo, accesos seguros a los países a los que van, que no los detengan arbitrariamente, los devuelvan o los discriminen y que se respete su dignidad.

La experiencia ucraniana ha demostrado que los argumentos que se utilizaban para incumplir hasta ahora las reclamaciones de ACNUR pierden validez cuando afectan a sus millones de refugiados.

Las acusaciones de buenismo a quienes defienden políticas de puertas abiertas a los refugiados se demuestran injustificadas al constatar cómo se ha sabido responder de forma humana al sufrimiento causado por la guerra de Putin.

No se debe cerrar las puertas de nuestros países a las personas que piden refugio por miedo a que la extrema derecha y el populismo ganen votos. Vengan de Ucrania, de Marruecos o de Afganistán. Y hay que explicar que estas puertas se abren porque todos somos seres humanos con derecho a vivir con dignidad, aunque hacerlo, quizás, suponga alguna incomodidad, quebraderos de cabeza o sacrificios para los que vivimos en estos países.

La elección es entre islas acomodadas insolidarias y un mundo fraternal.

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