Una de las buenas ventajas de una ciudad junto al mar y rodeada por una cordillera es la existencia de miradores donde detenerse para disfrutar de las vistas y del paisaje urbano y natural que le rodea. De entre estos miradores creados artificialmente, trataré de los dedicados a Ignacio de Lecea ya Salvador Puig Antic, uno, en los Tres Turons junto al Parc Güell, el otro en Nou Barris.
En el mirador de Ignacio de Lecea encontramos la escultura La Orden de hoy es el desorden de mañana, hecha por Ian Hamilton Finlay, artista-poeta comprometido en la denuncia de la injusticia. Una frase que se supone del colaborador de Robespierre, Antoine Saint-Just, que puede entenderse, como bien señala Vicenç Altaió, como “toda revuelta termina en orden contra el que se levantará una nueva revuelta”. Ignacio de Lecea era un hombre de izquierdas, militante del Partido del Trabajo durante los años de formación universitaria, así como un arquitecto dedicado exclusivamente al servicio de la ciudad –de hecho, vivía por ella-. Al frente de Proyectos Urbanos, fue responsable de multitud de proyectos y obras enmarcadas dentro de dicha “monumentalización de la periferia”, con el objetivo de dotar de espacios públicos de calidad a aquellos barrios largamente castigados por el olvido de las autoridades municipales que querían ignorar los clamores de demandas fuertemente reivindicadas.
En aquellos ya lejanos años 1980, la mejora urbana rompía con el pasado llevando un sello distintivo de calidad: en el proyecto se equiparaba el detalle con la globalidad dando gran importancia al diseño de todos los elementos, haciendo visible la memoria del barrio. Por primera vez, las obras de arte que se integraban, pensadas expresamente para cada sitio nuevo o reformado, entraban en el amplio abanico que va de la escultura tradicional a las instalaciones. Barcelona se renovaba, renacía inmersa en un nuevo espíritu social y político que se veía confirmado con la celebración en 1979 de las primeras elecciones democráticas en las que la ciudadanía escogía libremente a sus representantes municipales.
El segundo mirador es el dedicado a la memoria de Puig Antic. Como Saint-Just, fue ajusticiado. El primero, por el garrote vil, el otro por la guillotina. Puig Antic por un estado donde no existía ninguna de las máximas de la Revolución Francesa, Saint-Just, porque el orden establecido después de la Revolución acabó con todas ellas. Las hermanas de Puig Antic tuvieron que luchar durante largos años por la memoria de su hermano quien tuvo un consejo de guerra, acusado de asesinato días después del del almirante Carrero Blanco, con un juicio tan débil como ausente de garantías humanas y legales. La lucha de la familia, que siempre ha querido revisar y anular la sentencia del juicio, poco a poco fue encontrando eco entre la ciudadanía, si bien políticos y prensa no estuvieron demasiado defensores en reconsiderar su justa memoria, quizá por haber sido miembro del MIL.
Aunque durante la alcaldía presidida por Joan Clos se aprobó dedicarle un homenaje, que se haría realidad en 2006 con el cambio de nombre de plaza del Caribe por el de Puig Antic, no fue hasta el año 2016 que por iniciativa nuevamente de un concejal de Esquerra Republicana, sus familiares finalmente contaron con el apoyo del Distrito de Nou Barris para dedicarle el monumento a su memoria en el barrio de Roquetes. El monumento es un mirador con el panot de la flor de Barcelona, en una más que posible guiño a la cárcel Modelo donde lo ajusticiaron, en el que se integran un gran panel en el que destaca la frase de una su hermana: “olvidar una injusticia, nos obliga a repetirla”.
Orden, olvido, desorden, injusticia, derechos, límites, carencias, abusos, no dejan de ser palabras sobre las que reflexionar y mucho. Ambos miradores nos permiten meditar mirando el mar, teniendo la montaña como respaldo natural ya nuestros pies la ciudad. Disfrutar de las vistas quizás nos mueva a pensar en cómo es la sociedad en la que vivimos y en cuál es la memoria que dejaremos.
