Infancia en riesgo

A menudo oímos que el peor golpe psicológico que puede sufrir una persona es la muerte de un hijo. Cuando nos enteramos de que alguien conocido –por famoso o cercano- ha sufrido la muerte de un hijo se nos encoge el corazón. Nos hacemos a la idea de que nuestros abuelos y padres morirán antes que nosotros. Imposible hacérsela con la desaparición de un hijo o una hija.
Cuando llega el 20 de noviembre los medios de comunicación nos recuerdan la situación de los niños en el mundo. En nuestro país y en países más o menos lejanos. Ese día del año 1989, la ONU aprobó la Convención de los Derechos del Niño. Es el tratado más firmado de Naciones Unidas. Más de 195 países lo han suscrito. Pero firmar un Convenio no significa que las injusticias desaparezcan.
Las cifras varían de un año a otro y dependen de la institución o entidad que las dan a conocer. Pero todas son escalofriantes. ACNUR denunciaba el pasado año que unos 200 millones de niños menores de cinco años sufrían desnutrición crónica y que el 45% de las muertes de niños menores de cinco años tenían que ver con la alimentación insuficiente. En los últimos 25 años se habían ido haciendo progresos a nivel mundial en el combate contra la pobreza y la desnutrición infantil. La pandemia de la Covid-19, sin embargo, ha entorpecido este proceso esperanzador y, en muchos países, ha provocado una marcha atrás en la eficacia de este combate.
En Cataluña y en España no mueren niños de hambre. Pero la pobreza infantil está muy extendida. Tanto, que España es el tercer país de la Unión Europea con mayor nivel de riesgo de pobreza y exclusión social infantil. Es de un 31,3%. Sólo ofrecen estadísticas peores Rumanía y Bulgaria. Es decir, uno de cada tres niños vive por debajo del umbral de la pobreza, marcado por el 60% de la media de la renta española. En Cataluña, este porcentaje ha subido hasta el 33,4% como consecuencia del impacto negativo de la pandemia en la economía de las familias. La pobreza afecta a un 19,3% de la población española de entre 18 y 64 años, lo que demuestra la incidencia especialmente grave de este problema entre los niños y jóvenes.
Conocidos los datos llega la pregunta lógica: ¿Hacen lo suficiente los gobernantes para acabar con la pobreza y la desnutrición de los niños? En nuestros correos electrónicos, en las redes sociales encontramos campañas de asociaciones que nos piden dinero para poner su granito de arena en esta tarea. El Casal dels Infants, Save de Children, Unicef… y tantos otros.
¿Y los gobiernos? He echado de menos que en las negociaciones para la aprobación de los presupuestos de la Generalitat y del Estado nos llegaran más informaciones sobre el dinero y las propuestas que se hacen para ayudar a los niños en situación de riesgo de pobreza.
Se hizo famoso el grito de la peculiar Belén Esteban. “¡Por mis hijos mato!”, exclamaba. Es lógico que queramos a nuestros hijos. No lo es nada que, de entrada, demos por inútil nuestra posible colaboración en la lucha para que los hijos de los demás no vivan en la pobreza junto a nuestra casa o se mueran de hambre y enfermedades que se pueden curar en Afganistán, Yemen o Sudán del Sur.

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