Hace doscientos años: los cien mil hijos de san Luis

El 7 de abril se cumplieron los doscientos años de la invasión del territorio español por parte de un muy numeroso contingente de tropa francesa -los llamados cien mil hijos de San Luis-, a la que se unió un importante contingente de realistas españoles. Esta tropa estaba comandada por el Duque de Angulema, sobrino del rey Borbón y, con el visto bueno de las potencias que integraban la Santa Alianza, y tenía por finalidad poner fin al régimen constitucional existente en España desde la «revolución» liberal de 1820, que se inició con el «pronunciamiento» del teniente coronel Eduardo Riego en la localidad sevillana de Cabezas de San Juan, al sonido del himno que conocemos como el de Riego, aunque es de autor desconocido.

Se trataba de liberar al Borbón español, Fernando VII (llamado el “deseado”, parece ser que sobre todo por sus atributos descomunales), que supuestamente se encontraba retenido en la ciudad de Cádiz por los liberales, aunque se sabía que ese Borbón español también conspiraba para que se produjera un cambio de régimen. Galdós, en su episodio nacional “Los cién mil hijos de San Luis”, describe las intrigas de este rey tan poco fiable, hijo del inefable Carlos IV (o de Godoy, según matiza Josep Fontana), que quería facilitar la entrada al territorio español de los franceses –los cuales, al fin y al cabo, eran parientes suyos-, entrada que puso punto y final al trienio liberal y supuso el inicio de una época de película de terror, “La década ominosa”.

Tal y como escribió Chateaubriand, quien entonces dirigía la política exterior francesa, se trataba de restablecer un Borbón en el trono, por la intervención de otro Borbón, Luis XVIII. Todo quedaba en familia y se evitaba que aquella ola liberal española no se esparciera por una Europa donde entonces abundaban -imperaban- los regímenes monárquicos de carácter reaccionario y poco dados a escuchar otras alternativas. (¿Qué se habían creído estos liberales?)

Ésta fue la segunda invasión de tropas francesas que se produjo durante el siglo XIX en España: la primera tuvo lugar, como es sabido, en 1808, cuando, en vez de un Borbón, reinaba Napoleón en Francia y en media Europa, y se topó con la resistencia de un pueblo (la mayoría de los españoles eran campesinos, jornaleros) que tenía muy escasa simpatía hacia los franceses. Esta segunda invasión de 1823, en contra de lo que pensaban los liberales españoles, no se encontró con la misma resistencia popular que desencadenó la invasión napoleónica. Las circunstancias, ahora, eran distintas: el historiador Josep Fontana explica que no era de esperar que un pueblo que, empujado por la Iglesia, se consideraba menospreciado por la política constitucional (los liberales tenían predicamento en las ciudades y entre las clases ilustradas), mostrara oposición a los franceses, quienes, esta vez, venían a restablecer al rey Fernando VII, el “deseado”, en el poder absoluto y procuraban no ser demasiado abusadores.

No es de extrañar, por tanto, que todos aquellos hijos de San Luis (algunos de los cuales habían participado también en la invasión napoleónica) no encontraran ahora mucha resistencia por parte del ejército español, salvo en algunas ciudades como Coruña, San Sebastián o Barcelona. Al parecer, aquel ejército fue recibido, en algunos casos, a los gritos de “Vivan las caenas”, “Viva el Rey absoluto”, “Viva la Religión”, “Viva la Inquisición” (que sería restablecida por un corto período de tiempo) o el de “Mueran los negros” (los “negros” eran entonces los liberales, que eran vistos como demonios).

Aunque, en más de un caso, el régimen del trienio liberal se había comportado con escasa indulgencia hacia los disidentes, la represión desatada por los absolutistas fue mucho más feroz: una de las primeras víctimas fue el teniente coronel Eduard Riego y, con ellos fueron miles los “liberales” o presuntos liberales eliminados o hechos desaparecer. También fueron muchos miles los españoles, militares en su mayoría, que tuvieron que exiliarse por varios países de Europa (Francia, Inglaterra, Portugal): un ejemplo clásico es el del pintor Francisco de Goya, que se marchó a Burdeos, hastiado de aquel régimen opresivo de Fernando VII.

Si exceptuamos la actual democracia, nacida con tantas dificultades en 1978, en el Estado español han sido de muy escasa duración las experiencias liberales democráticas ensayadas durante los siglos XIX y XX: el trienio liberal, que Josep Fontana califica de revolución frustrada, tuvo una existencia de sólo tres años; más corta fue la duración de la primera República, nacida el 11 de febrero de 1873 y disuelta el 29 de diciembre de 1974; algo más larga fue la vida de la segunda República, nacida el 14 de abril de 1931 y muerta el 1 de abril de 1939.

Recordar estos datos y las terribles consecuencias que sufrieron los que se atrevieron a hacer frente a los regímenes monárquicos imperantes en cada momento, debería formar parte de nuestra memoria histórica y nos debería ayudar a entendernos un poco más a nosotros mismos. Más que nada para evitar su repetición, si es que esto es posible.

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