Los presidentes de la ANC, Jordi Sánchez, y Òmnium, Jordi Cuixart, volvieron a hacer el ridículo el pasado día 10 de octubre, cuando el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, hizo un intento disimulado de declarar la independencia con suspensión inmediata de regalo. Los dos forman parte habitualmente de la estrategia del Gobierno independentista para sacar adelante todas las iniciativas, para movilizar la masa soberanista cuando el presidente necesita un empujón público, y de hacer discurso popular en favor del proceso. Todo, a cambio de la independencia.
Pero justo el día que las entidades habían convocado a la gente en el paseo Lluís Companys de Barcelona para seguir el pleno donde Puigdemont declararía la independencia y celebrarlo, va el presidente y les deja sin independencia y con una suspensión de su esperada celebración. Las caras de decepción de los asistentes a la convocatoria eran épicas. No entendían nada. Y, según parece, Cuixart y Sánchez muy bien tampoco. Pero los dos se tragaron lo que realmente pensaban de lo que había hecho el Gobierno y, para no dejar con el culo al aire al presidente, volvieron a hacer de criadas del Consejo Ejecutivo. Blanquearon y justificaron lo que había hecho, les hicieron el trabajo sucio limpiando su imagen ante la masa independentista, y rieron las gracias de los niños para que no parezca que lo que han hecho no es lo que se esperaba de ellos.
