Renace la esperanza ibérica

Ni Pedro Sánchez ni António Costa ganaron las últimas elecciones generales en España y Portugal. Pero ambos han llegado a ser presidentes de gobierno, gracias al apoyo parlamentario de otras fuerzas minoritarias: de Podemos, las confluencias de izquierdas y los grupos nacionalistas catalán y vasco, en el caso del primero; del Bloco d’Esquerda y de los comunistas, en el segundo.

En Portugal hay una opinión pública muy mayoritaria que valora positivamente la tarea de gobierno desarrollada por António Costa en los últimos dos años. En contra de los dogmas neoliberales, ha enderezado la economía del país incrementando el poder adquisitivo de los trabajadores y de los pensionistas.

Pedro Sánchez ha llegado al poder en una vertiginosa operación de despachos, haciendo bandera de la lucha contra la corrupción y con la promesa de reducir las grandes desigualdades sociales y de buscar una solución negociada a las tensiones territoriales. La estabilidad aritmética del presidente socialista es muy precaria y es una incógnita saber cómo resolverá el complicadísimo puzzle que tiene sobre la mesa de la Moncloa y mantendrá, a la vez, la cohesión de la polícroma mayoría parlamentaria que ha votado su investidura.

Pasado y digerido el tsunami de la crisis financiera del 2007, España y Portugal viven una etapa de una cierta bonanza económica y tienen al frente de sus gobiernos a dos políticos de militancia socialista. A la vez, Lisboa y las principales ciudades españolas están dirigidas por alcaldes y alcaldesas de izquierdas.

Nos encontramos en una coyuntura histórica única para que el viejo proyecto de la Confederación Ibérica, inequívocamente progresista, pueda experimentar un impulso político y económico fulgurante. La península -del Atlántico al Mediterráneo, de los Pirineos al Magreb- es una formidable plataforma territorial que une cuatro continentes y que está preñada de un enorme potencial de crecimiento y de desarrollo si supera la frontera heredada. ¿Sabrán aprovechar Pedro Sánchez y António Costa esta oportunidad?

A ambos lados de la raya artificial que desde el siglo XVII divide la península Ibérica ha habido voces potentes e ilustradas que han propugnado la reunificación: Juan Prim, Francesc Pi y Margall, Emilio Castelar, Miguel de Unamuno, Francesc Cambó, Enric Prat de la Riba, Alfonso Castelao, Fernando Pessoa, Fernando de los Ríos, José Saramago… El presidente Francesc Macià ya lo dijo en 1931: «¡Proclamo el Estado catalán integrado en la Federación de Repúblicas Ibéricas!».

Un visionario geopolítico catalán, Sinibaldo de Mas, publicó en 1852 el libro La Iberia: Memoria sobre las ventajas de la unión de Portugal y España. Este fascinante personaje, que hablaba 20 idiomas y fue el primer embajador español en China, ha quedado olvidado en los archivos de la desmemoria y no tiene ni una triste calle dedicada en Barcelona. La masonería y el anarquismo, referentes capitales para explicar la historia de Cataluña, fueron defensores convencidos del iberismo.

Madrid sólo tiene pleno sentido como intersección del eje Lisboa-Barcelona. Si hay que sacrificar la monarquía borbónica para armonizar la Confederación Ibérica en forma republicana, este es un buen argumento para culminar la modernización institucional del Estado español, lastrada por los pactos que permitieron la complicada transición de la dictadura franquista a la democracia.

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