¿Por quién doblan las campanas?

Tengo que decir que la evolución de la política catalana de los últimos meses me aburre soberanamente. La constatación que hay dos bloques prácticamente simétricos -unos que están de acuerdo con los valores constitucionales españoles y los otros que propugnan la independencia de Cataluña- ya nos la sabemos desde hace seis años, cuando la antigua Convergència decidió pasar del “peix al cove” (con el 3% de propina) a la vía secesionista que era, hasta entonces, patrimonio estratégico de ERC, desde el entrismo en sus órganos de dirección, en la década de los 90, de militantes procedentes del PSAN/MDT y de la extinta Terra Lliure

La dinámica de confrontación de estos dos bloques -voto arriba, voto abajo- nos desgasta y nos paraliza como país, como finalmente ha reconocido desde la prisión Oriol Junqueras. La única solución posible pasa por la reconciliación y por abrir espacios de gobernabilidad conjunta que ayuden a curar las heridas infligidas. En este sentido, las próximas elecciones municipales pueden ser un buen laboratorio para crear alianzas transversales entre independentistas y no independentistas en los ayuntamientos que ayuden a superar la etapa de virulenta polarización que se nos ha querido imponer a una sociedad mediterránea, de tradición tolerante y mestiza. 

De estos seis años que han pasado desde la imputación de Oriol Pujol, príncipe heredero de la dinastía pujolista, por el caso de las ITV -el click que desató el paso de CDC del autonomismo al independentismo- lamento dos cosas en especial:

1. La inmensa y desgraciada pérdida de tiempo que ha sufrido el conjunto de la población de Cataluña, secuestrada por una disputa absurda y estéril que ha consumido muchas energías 

2. La desdicha de los nueve dirigentes políticos encarcelados por la organización del referéndum del 1-O, que se han pasado y pasarán meses alejados de sus familias y amigos, perdiendo un trozo precioso de su vida que ya no recuperarán 

Como la situación política catalana está enquistada y podrida, hace un año que decidí cambiar de aires y respirar el oxígeno de los Pirineos, donde he puesto en marcha el diario LA VALIRA (lavalira.eu). La experiencia de volver a los orígenes -Cataluña nació en estas altas y verdes montañas- es apasionante y enriquecedora. 

Os quiero explicar un fenómeno dramático que pasa desde hace algunas semanas en los Pirineos: por iniciativa del alcalde de Sant Esteve de la Sarga (Pallars Jussà), Jordi Navarra, cada día resuenan en muchos pueblos pirenaicos los toques de campanas de muertos. En un gesto simbólico y tremebundo para anunciar y pregonar a los cuatro vientos la desesperada situación de estas comarcas, cada vez más despobladas y envejecidas, difícilmente comunicadas, sin servicios básicos al alcance, olvidadas y abandonadas por el poder político de Barcelona & Waterloo. 

El incendio de la independencia ha hecho que quede aparcado cualquier proyecto para la regeneración y la reconstrucción de Cataluña. Nadie tiene claro, más allá de los de la zanahoria procesista, hacia dónde tiene que tirar el país y qué prioridades estratégicas hay que abordar para enderezar esta caída a los infiernos. Somos una sociedad fatigada, peleada, desorientada y perdida. Desde hace seis años, la situación se degrada cada vez más y sólo sabemos que todavía no hemos tocado fondo.

De los Pirineos a la orilla del mar, la incertidumbre y la fragilidad son absolutas. Somos tierra quemada y, si no emerge una sólida voluntad de fijar y de reconquistar, desde el ejercicio pragmático de la política, nuestro destino colectivo, pronto seremos tierra maldita.

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