Medallas

Es imposible celebrar en paz un pleno en el Ayuntamiento de Barcelona y supongo que la tónica general será ir a peor. Me desespera que las disputas políticas paralicen la acción del desorientado gobierno de la hAda Colau. Igual que me desespera que el Parlament se convierta en un ring donde los partidos independentistas se zurran de lo lindo mientras Cataluña sigue paralizada por el desgobierno de Quim Torra. En el consistorio, las relaciones entre los comunes y la oposición están tan envenenadas que ni tan solo es posible ponerse de acuerdo a la hora de aprobar las medallas de oro y visto el panorama que nos espera, no sé si sería mejor para todos que nos gobernasen robots.

La bronca del viernes pasado fue contínua y culminó con la concesión de la puñetera medalla a la Asociación Catalana de Derechos Civiles, de los familiares de los autoexiliados y de los presos políticos presos, y a la periodista Susanna Griso, que no se caracteriza precisamente por ser independentista. La equidistancia le ha salido cara a Colau pero, por lo que se ve, la apuesta por satisfacer a todo el mundo y no satisfacer a nadie continúa. Si alguien me preguntase qué me parece que se regalen medallas, diría que, además de decimonónica, es la cosa más ridícula del mundo porque la gente solo trabajamos para nuestro propio interés. Y si alguien me preguntase qué creo que ha hecho la presentadora de Antena 3 para merecerla, no sabría qué responder.

Puestos a repartir medallas, yo le clavaría una en la frente al presidente del gobierno español por haber utilizado el avión oficial para ir a un concierto a Benicàssim. Esta manía que tiene el equipo de Pedro Sánchez de convertirlo en un nuevo Barak Obama desteñido hace gracia. Sin embargo, coger el Air Force One para ir a ver The Killers cuando en tres horas te plantas en Castellón desde Madrid es una falta de respeto y una muestra de prepotencia inaceptable. Después de haberse recorrido toda la piel de toro en coche recogiendo apoyos entre la militancia, entiendo que Pedro Sánchez prefiera otros medios de transporte, pero no le puedo perdonar esta poca sensibilidad con el medio ambiente.

Los siguientes de la lista en ser condecorados son los convergentes, por su capacidad de timar a los catalanes. Hay que felicitarles por la maña a la hora de cambiar de nombre cada cierto tiempo para hacer ver que son otra cosa y no tienen nada que ver con la corrupción pujolista. Es cierto que por el camino ruedan unas cuantas cabezas, como la de una tal Marta Pascal, pero todos son peones y por eso mismo fácilmente substituibles. Los patricios de siempre continúan moviendo los hilos hasta la próxima pirueta para desesperación de los republicanos. Y no opinaré sobre el último nombre que el desmelenado Puigdemont se ha sacado de la chistera. Solo diré que todo lo que lleve nacional de apellido me provoca urticaria.

La tercera medalla es para el nuevo presidente de los populares, un pobre chico al que le tienen que regalar los másters para que tenga algún título. Pablo Casado no ha ganado la batalla a SSS por méritos propios, pero es igual. Se ha hecho con las riendas de un partido putrefacto en nombre de la renovación y será divertido ver qué hace con el cadáver. Leo un resumen del pensamiento político del monaguillo de Ansar y de la generalísima Cospedal, y pienso que Franco se ha reencarnado en este palentino poco viajado. Después de recuperarme del impacto inicial, pienso que si Sánchez deja de usar el avión presidencial para asuntos privados y se lo paga de su bolsillo como ha hecho la presidenta croata igual hasta gana las elecciones.

La siguiente medalla es para el Ministerio de Defensa por haber diseñado submarinos que no flotan, por haberlos hecho tan grandes que no caben en ningún sitio y por tener que ampliar las instalaciones militares para guardarlos. La broma nos costará un ojo de la cara, pero es igual. Aquí nadie asume responsabilides por el despilfarro de recursos públicos ni dimite, así que pueden hacer todas las barbaridades que quieran e ir encadenándolas. Mientras tanto, vamos destinando más dinero a Defensa y menos a las pensiones, la salud y la educación. Y por lo que respecta a los pobres, les pagamos para que se callen una visita a Cartagena y les regalamos un abanico con la bandera de España para hacerles pasar el bochorno.

Y la última medalla es para mí. Primero, porque nunca recibiré una condecoración por ningún mérito destacable. Y segundo, porque me la he ganado a pulso después de soportar estoicamente tanta incompetencia política y, sin embrago, pensar que todavía hay esperanza. Debe ser el olor a vacaciones que me ablanda el cerebro.

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