Maragalladas

El viacrucis que nos espera a los barceloneses hasta las próximas elecciones municipales promete ser de traca. De momento, ha empezado de la mejor forma posible: recuperando el maragallismo y, por tanto, las maragalladas. Contemplo cómo se pelean por la herencia política del injustamente maltratado Pasqual Maragall tanto las derechas como las izquierdas, y esto me lleva a pensar dos cosas. La primera es la falta de ideas y la segunda la falta de memoria. El ex alcalde socialista impulsó un modelo de ciudad especulativo y neoliberal más propio de los años noventa del siglo pasado que de los tiempos actuales. Tampoco acabo de ver cómo se puede reeditar la transversalidad en una sociedad tan dividida, pero seguro que en estos ocho meses alguien se sacará un conejo de la chistera y nos dejará a todos boquiabiertos.

La primera maragallada ha sido el relevo de Alfred Bosch por Ernest Maragall para encabezar la lista de ERC en Barcelona. Ahora entiendo la cara de estupefacción que hacían algunos amigos republicanos estas semanas y su silencio incómodo cuando les preguntaba si tenían mal de vientre. Por lo que se ve, el cambio de candidato no ha sido tan repentino como nos han querido vender: había encuestas internas de intención de voto que hacían llorar y la dirección republicana ya ha llorado bastante. Que el histriónico Bosch era un mal candidato era un secreto a voces, solo hace falta ver su errática estrategia política, su enfrentamiento visceral con la hAda Colau y su rechazo a confluir con otras candidaturas independentistas.

Cuando el experto africanista se impuso a la búlgara en unas primarias, algunos militantes barceloneses empezaron de nuevo a tener cagalera porque para aguantar a un líder así hace falta tener un sistema digestivo a prueba de bombas. Por suerte, el dedo de la sensata dirección republicana nacional ha vuelto a intervenir –esta vez desgraciadamente a distancia- ordenando su eliminación política e imponiendo un candidato que no ha votado nadie. Como diría Groucho Marx, tengo unas primarias, pero si no te gusta el resultado, tengo otras. La tradición estalinista en ERC es incuestionable: Carles Bonet fue decapitado a favor de Pilar Rahola y lo mismo le pasó a Jordi Portabella con Alfred Bosch. Ahora Bosch ha probado la misma medicina.

Del nuevo alcaldable republicano poca cosa a decir porque se sabe todo. Hábil estratega, conocedor al detalle de los engranajes municipales y muy ambicioso desde el punto de vista político como lo demuestra la colección de cargos públicos que acumula. Todo esto suma puntos porque si ha de negociar, lo hará con el diablo si hace falta, para alegría de Rahola. Lo único que le quita brillo como candidato es la edad –una Carmena II, dicen las malas lenguas- además de su desconocimiento de la ciudad actual y su arrogancia. De los dos hermanos Maragall, Ernest era el que hacía siempre de poli malo. Por suerte no tenemos mucha memoria, pero como consejero de Enseñanza del tripartito de José Montilla puso en pie de guerra a toda la comunidad educativa catalana por su intransigencia. Tete no tiene don de gentes, precisamente.

La segunda maragallada la ha protagonizado Manuel Valls. Todo está a punto para presentar una candidatura construida al margen de unos Ciudadanos bastante perplejos. Mientras la prensa francesa investiga de dónde ha sacado el ex-primer ministro galo el dinero de la campaña, aquí publican que está organizando un equipo de asesores que pone los pelos de punta. Y no lo digo solo por el maragallista Xavier Roig, ahora consultor. Lo digo sobre todo por el periodista Albert Montagut, a quien los medios sitúan como jefe de comunicación del azote de inmigrantes pobres. Me ahorraré comentar su currículum porque no hace falta ser un crack para llegar lejos: solo hace falta tener amigos influyentes que te deban favores. Solo recordar que despidió a la periodista Cristina Fallarás embarazada.

Con este guirigay de candidatos y maragalladas, la batalla por Barcelona se le complica a la hAda Colau. Veremos cómo acaba la cosa, porque me consta que hay muchos nervios entre los comunes. Yo me limitaré a agradecer a Bosch los momentos hilarantes que me ha hecho pasar y a felicitarlo por su elegante autosacrificio público a favor de la salud mental de sus compañeros de partido. Lamentaré no encontrármelo más en la calle Escudellers a primera hora de la mañana medio dormido y confío que Manuel Valls coja otra ruta para llegar a Sant Jaume porque si me cruzara con él no podría morderme la lengua.

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