Los independentistas tienen miedo a las elecciones

Un año después del traumático 1-O, la situación política de Cataluña continúa obturada y paralizada. Pero con una diferencia sustancial: el frente pro referéndum que habían construido PDECat, ERC (entonces coaligados en Junts x Catalunya) y la CUP ha saltado por los aires. Y no sólo esto: sus dirigentes están abiertamente enfrentados en las estrategias que hay que adoptar para llegar a la anhelada república.

En la perspectiva del tiempo, está claro que fue ERC quien asumió el principal protagonismo en la organización del referéndum de independencia, del mismo modo que Artur Mas y CiU fueron los responsables políticos y los ejecutores de la consulta del 9-N del 2014. También es ERC quien ha pagado las consecuencias más duras del 1-O en la represión de las instituciones del Estado.

Es lógico que ERC esté cabreada con el PDECat y, en especial, con el ex presidente Carles Puigdemont y el círculo de hiperventilados que le rodean. Por lo que se ha ido sabiendo de aquellas horas críticas del 27-O, el gerundense huyó a Bélgica sin avisar previamente a Oriol Junqueras. También rompió la promesa de volver a Cataluña después de las elecciones del 21-D. Además, los independentistas más radicalizados, que sintonizan con Carles Puigdemont, atacan constantemente a ERC desde las redes sociales, tildándolos de “botiflers” y de “traidores”.

Por el lado de la CUP y de sus satélites también hay un gran descontento hacia el PDECat y ERC por la gestión –a su juicio, “autonomista”– que hacen en el Parlamento y en la Generalitat, donde comparten el gobierno presidido por Quim Tuesta. Este mal ambiente ha vivido su paroxismo con la expulsión de los acampados en la plaza de Sant Jaume –donde se han oído gritos de “¡Torra, traidor!”–, con los incidentes del sábado 29 de septiembre con los Mossos d'Esquadra, que dirige el pedecatista Miquel Buch, y con el fallido intento de asaltar el Parlamento, al final de la manifestación del 1 de octubre.

Pero este estropicio en el campo independentista no se acaba aquí. Las voces más ponderadas del PDECat –heredero de la antigua CDC– no están de acuerdo con la deriva alocada de Carles Puigdemont ni con su intento de convertirse en el líder absoluto que impone su voluntad. El proyecto de la Crida, impulsado desde Waterloo y encabezado por personas procedentes del PSC y de ICV, pone los pelos de punta a muchos dirigentes comarcales y locales del partido.

A pesar de la ficticia unidad exhibida después del show del Parlamento de esta semana, el gobierno de Quim Torra cuelga de un hilo y tiene fecha de caducidad, fijada, en principio, en la sentencia del juicio del 1-O. Cataluña necesita elecciones urgentemente. Pero esta vez, y sobre todo, para medir la correlación de fuerzas en el segmento independentista de la sociedad catalana, entre los partidarios del pragmatismo dialogante (ERC), del providencialismo mágico (puigdemontistas) y del unilateralismo a ultranza (CUP). Es de cajón.

La paradoja es que en este “paraíso de la democracia” denominado Cataluña los independentistas exigen un referéndum, que creen que ganarán, pero tienen miedo de convocar unas elecciones, que los estados mayores de los partidos creen que perderán. Nunca el egoísmo de la nómina mensual de unos pocos había tenido un peso tan específico en la toma de decisiones que afectan a una sociedad de 7,5 millones de personas.

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