Lecha

Entre tanto follón de plenos extraordinarios aplazados y concejales que parece que se van pero no se van, su marcha ha pasado prácticamente desapercibida y es una pena porque ha protagonizado momentos estelares. Hablo de la presidenta de los cuperos barceloneses y martillo de herejes de todo Dios, indistintamente de su color político. Acostumbrados a una vida plácida hasta la jubilación a cargo del erario público, el consistorio barcelonés ha sido una balsa de aceite hasta que han llegado los chicos de María José Lecha y lo han trastocado todo con sus tatuajes, pantalones cortos y chancletas. A la malcarada Lecha le ha importado un pimiento el reglamento porque las reglas están para romperlas -y más si son injustas o absurdas- y cuando tenía que votar sí o no, se abstenía, y cuando tenía que votar la multiconsulta ciudadana, lo hacía en contra para disimular que estaba a favor.

Han sido tres años inolvidables de comportamientos desconcertantes, arengas revolucionarias y exhibición de camisetas reivindicativas. Desde su rinconcito, una irreductible Lecha se ha dedicado a torpedear constantemente la línea de flotación de la hAda Colau para dejar constancia de la contradicción que supone hacer de alcaldesa y activista a la vez. Si pactar con la CUP apoyos puntuales ya es complicado -y si no que se lo pregunten a convergentes y republicanos-, conseguir un compromiso para toda la legislatura ha sido misión imposible por mucho que le pese a Jaume Asens. Buscar la complicidad con los cuperos ha sido como predicar en el desierto, pero también es verdad que ellos no han engañado nunca a nadie y saben que su papel en el guiñol es el de oposición tocapelotas.

A principios de junio los cuperos hacían público que Lecha dejaría de ser concejal para reincorporarse al Hospital de Sant Pau hasta la jubilación. Lo haría «volviendo a la militancia de base aportando sus conocimientos y experiencia» de tres años dirigiendo -es una manera de hablar- el grupo municipal barcelonés. Según explicaron, su nuevo estatus de jubilada parcial era incompatible con las responsabilidades políticas en el consistorio y, como que en la CUP son de todo menos «profesionales de la política», pues buen viaje, a pesar de reconocer el gran reto que asumió Lecha encabezando la lista electoral. Hay que dejar claro que la ex-concejal se reincorpora al trabajo como administrativa, no como enfermera o médico. Lo digo por si alguien tiene la mala suerte de tener que hacer vida en Sant Pau y se ha imaginado por un momento cosas raras.

La marcha de Lecha me ha sorprendido y eso me lleva a recuperar la noticia del pasado enero de Nació Digital donde se aseguraba que un sector de la CUP quería su cabeza por haber incumplido el código ético de la formación sin entrar en más detalles. No sé si su súbito adiós es fruto de este follón, pero el hecho es que dos días después de dimitir los cuperos celebraban su asamblea general con el objetivo de tener cerrado programa, candidatura y campaña electoral durante el primer trimestre del 2019 como máximo. A diferencia del resto de grupos que ya tienen alcaldable, la CUP se toma su tiempo para decidir las cosas. La coyuntura política actual no es la de 2015 y según el último barómetro del Ayuntamiento de Barcelona, si las elecciones se celebrasen ahora obtendrían un escaso 3,6% de los votos. Sin embargo, a mí lo que me preocupa más es el aumento de la indecisión: un 42% de los encuestados, así que en 10 meses pueden pasar muchas cosas. Incluso que tengamos de alcalde un ex-primer ministro francés.

Volviendo a mi vecina, es habitual que el concejal que dimite tenga sus cinco minutos de gloria en el pleno municipal para despedirse. Lecha los aprovechó para remarcar que le pesaba no haber conseguido aprender a «hablar 10 minutos seguidos sin decir nada». Ya es mérito, porque la venta de humo es una práctica muy habitual entre la clase política y se aprende rápido. En el caso del consistorio barcelonés es de dimensiones estratosféricas y Alfred Bosch y Jaume Collboni son los ganadores indiscutibles: yo siempre que les escucho hablar, nunca consigo entender qué están diciendo. Espero encontrarme a la ex-concejal cupera por el Fort Pienc, barrio que compartimos. A menudo nos cruzamos, ella en bicicleta y yo en patinete, y sé que detrás de esta cara de pocos amigos que gasta se esconde un corazón sensible.

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