La jeta de Carles Puigdemont

Se considera el primer patriota, la reencarnación de Pau Claris, del general Moragues, de Francesc Macià y de Lluís Companys, pero es un frívolo, un oportunista, un mentiroso y un cobarde. Cómodamente instalado en la mansión de Waterloo, Carles Puigdemont intenta erigirse en el líder supremo de Cataluña y dirigir el país con el mando a distancia. De su imaginación han salido la Crida y el Consejo por la República, dos artefactos que tienen un punto en común: él y sólo él es el jefe indiscutible.

¿Quién es Carles Puigdemont? ¿Qué ha hecho por el país? ¿Cuál es su hoja de servicios a Cataluña? Cuando van tiesas, siempre huye. Lo hizo después del 27-O y lo hizo a raíz de la Operación Garzón, cuando algunos amigos suyos fueron acusados y torturados, en vísperas de los Juegos Olímpicos del 1992, de pertenecer a Terra Lliure y él se escabulló de Girona para emprender un largo viaje al extranjero.

Mientras hacía de promotor mediático y editor se dedicó a vivir, con toda la jeta, de las subvenciones públicas del pujolismo corrupto. Para entender al personaje, sólo hay que fijarnos en un detalle: a la hora de buscar un techo, se compró un chalé en el golf de Girona, en Sant Julià de Ramis, intentando jugar a la gran liga de los potentados. Y cuando ha huido por segunda vez, ha buscado una mansión burguesa en un barrio residencial de Waterloo.

Con toda su falsa humildad y modestia, le gusta vivir como un pachá, pero que lo mantengan. Ha enchufado a su mujer, Marcela Topor, en la Xarxa Audiovisual Local (XAL) de la Diputación de Barcelona, donde cobra un sueldo de 6.000 euros mensuales para hacer un programa semanal de televisión en lengua inglesa. De este modo, mantiene a la familia confortablemente entretenida, mientras él juega a hacer de salvapatrias desde Bélgica, con el riñón cubierto a cuenta de no se sabe muy bien quién ni cómo (todo se acaba sabiendo).

Carles Puigdemont pasará a la historia por haber dejado tirados a sus compañeros del gobierno de la Generalitat, horas después de la falsa proclamación de la DUI en el Parlamento de Cataluña. Y, lo que es más grave, por haber frustrado las ilusiones de los catalanes de buena fe que creyeron que el sueño de la independencia ya se había hecho realidad el 27-O.

Su prestigio internacional es nulo, a pesar de que la razón oficial de su fuga apresurada a Bruselas fue extender la complicidad en el extranjero con la causa de la independencia de Cataluña. En tiempos de Jordi Pujol, la acción exterior de la Generalitat se concretó con el proyecto Cuatro motores de Europa, que reunía a las regiones de Rhône-Alpes, Lombardía, Baden-Württemburg y Cataluña. El presidente Pasqual Maragall impulsó la Euroregión Pirineo-Mediterráneo, amparada por la Unión Europea, que establecía fértiles protocolos de colaboración institucional de Cataluña con las islas Baleares, Aragón, Languedoc-Roussillon y Midi-Pyrénées.

Con Carles Puigdemont, la internacionalización de Cataluña ha quedado reducida a puntuales alianzas con territorios que también invocan el derecho a la autodeterminación, como las islas Feroe (50.000 habitantes) o los kanaks de Nueva Caledonia (280.000 habitantes). Ni siquiera Escocia y Quebec, tradicionales referentes del movimiento nacionalista catalán, abonan la vía unilateral que pregona el oráculo de Waterloo. Eso sí, ha recibido la adhesión de outsiders y frikis, como el congresista norteamericano Dana Rohrabacher o el diputado finés Mikko Kärnä, que han perdido su escaño en las últimas elecciones, además de partidos identitarios y xenófobos, como el Vlaams Belang flamenco.

La Cataluña independentista e irredenta que representa Carles Puigdemont tiene las puertas cerradas en todas las cancillerías occidentales y nadie de la Comisión Europea quiere saber nada de él. Y esto, a pesar de los clamorosos e increíbles errores estratégicos del gobierno español de Mariano Rajoy para afrontar la crisis política catalana después de la sentencia del Tribunal Constitucional del año 2010, que ha acabado con el ignominioso encarcelamiento de los principales líderes independentistas.

Los últimos inventos de Carles Puigdemont, la Crida y el Consejo por la República, sirven de imán para atraer a una tropa de personajes excéntricos e hiperventilados que esperan su oportunidad para figurar y para “tocar” poder. De momento, algunas de las celebridades locales más excitadas –como Lluís Llach, Antonio Baños, Àngels Martínez, Albano Dante-Fachín y Bea Talegón- ya han sido recompensadas y fichadas para formar parte del esotérico “Consejo asesor para el impulso del Foro Cívico y Social para el Debate Constituyente” (sic), un ente apadrinado –siguiendo instrucciones de Waterloo- por el mismo presidente nominal de la Generalitat, Quim Torra.

A pesar de todo lo que ha pasado en los últimos seis años, Cataluña es y continúa siendo un país serio. Las astracanadas protagonizadas por Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra son un paréntesis forzado por la necesidad de tapar la abominable corrupción del régimen pujolista. Con todos los respetos que merece cualquier persona, el aventurerismo infantil de Carles Puigdemont es la antítesis de lo que necesita una sociedad europea de 7,5 millones de habitantes y que genera un PIB de 225.000 millones de euros.

Los catalanes no nos hemos vuelto locos. Sólo necesitamos tiempo, democracia y tranquilidad para curar las heridas y reencontrar el hilo perdido de nuestra historia colectiva.  

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