Kumbayás

Se ha de ser un kumbayá auténtico para entender que la expresión llegar a la cima no es solo llegar a lo más alto. También es superar los obstáculos, sudar la gota gorda, caminar al paso del más lento y disfrutar de las bonitas vistas de la patria catalana si el buen tiempo lo permite. Por eso, los no iniciados en el misticismo de esplais y movimientos escoltas han hecho estos días un injusto escarnio de la gran idea de reivindicar el retorno de los presos políticos presos desde el cielo de Cataluña. No sé si desde allí arriba se está más cerca de los dioses y no hace falta gritar tanto para que te escuchen en Bruselas, pero se tiene que valorar el detalle que ha tenido el Olimpo de frenar la llegada del huracán Leslie hasta que el último patriota ha bajado de la montaña. No queremos más heridos.

De mi entrenamiento kumbayá con los jesuitas me queda poco, por suerte. Prefiero el sofá al piolet y el gin-tonic a la cantimplora, y la tierra catalana ya no me parece la más ufana bajo la capa del sol. Lo único que perdura del trauma provocado por las noches en blanco haciendo vivac, las comidas de fiambrera, las canciones de Els Esquirols, las eucaristías presididas por la Señera y las caminatas interminables es el miedo a las alturas y a pasar frío. Cada kumbayá gestiona su trauma personal como puede. Unos se hacen independentistas y se manifiestan el 11-S, otros se vuelven dependentistas y desfilan el 12-O y el resto, los descreídos como yo, seguimos los acontecimientos desde el sofá.

El miércoles pasado se celebró el día mundial de la salud mental y eso me hizo pensar en que estamos últimamente bastante desorientados subiendo y bajando montañas a buen ritmo, pero sin tener claro hacia dónde vamos. No sé si a la OMS le interesaría hacer un estudio sobre el efecto que la retórica de nuestros políticos tiene en el cerebro de los catalanes, pero estoy segura que si lo hiciera, los resultados les pondrían los pelos de punta. Soy contraria a los favoritismos, pero creo que la investigación para encontrar rápido una cura tendría que comenzar por los republicanos, muy perjudicados después de que sus diputados votasen con los socialistas contra los convergentes tuneados en el Parlamento mientras en Madrid continúan las reuniones secretas para negociar los presupuestos de Sánchez.

En el caso de Barcelona, las alteraciones del comportamiento de la dirección nacional republicana han provocado episodios de enajenación transitoria en algunos militantes que han sido debidamente eliminados. Es el caso del economista Xavier Martínez-Gil, que decidió presentarse a las primarias para escoger alcaldable sabiendo que era un suicidio. Se ha de estar chalado para oponerse al oráculo de Lledoners y cuestionarlo públicamente, así que no hace falta esperar compasión del verdugo después de haber asegurado que “no hay nada más antirepublicano que apelar a los apellidos ilustres”, recordar que Tete Maragall “es republicano desde hace cuatro meses” y que en la dirección republicana barcelonesa “hay miedo”. ¿Resultado de la quijotada? Solo 41 avales de los 139 necesarios para pasar a la siguiente pantalla. Roma no paga a traidores.

La semana pasada también se produjo un hecho que pasó desapercibido en medio del alboroto republicano. De hecho, la cosa relevante es que el acto anunciado se tuvo que suspender por razones climatológicas, porque el martes en Barcelona se nos tenía que caer el cielo encima. Hablo de la presentación oficial del Moviment Barcelona, una plataforma ciudadana transversal llena de simpatizantes de ERC que disimulan que son otra cosa. Entre sus representantes brilla con luz propia Jordi Giró, presidente de la Confavc y, según las malas lenguas, candidato a substituir a Trini Capdevila como representante de la cuota vecinal en el número cinco de la candidatura republicana.

La cruda realidad es que a la gente del Moviment Barcelona no solo el diluvio universal los fastidió el acto organizado en el exclusivo hotel Duquesa de Cardona y aplazado sine die. La defenestración de Alfred Bosch como alcaldable les ha caído como una bomba porque algunos ya tenían las conversaciones para ir en la lista de ERC muy avanzadas. El aterrizaje del recién llegado Maragall, de quien muchos desconfían porque “lleva las siglas socialistas tatuadas”, desmonta todo el trabajo hecho hasta ahora para asegurarse la poltrona en la capital de Cataluña. Suerte que los republicanos son kumbayás de pura cepa.

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