Democracia es también poder decir lo que se piensa

Hace tiempo que hay gente que no dice en público lo que piensa. Muchos grupos de conversación que se habían creado gracias a las aplicaciones de la telefonía móvil están exentos de debate y de controversia por incomparecencia de los que no comulgan con el pensamiento de la mayoría. En encuentros de amigos, familiares, asociaciones, empresas, optan por callar o desaparecer de escena.

Hemos llegado a un punto donde las discusiones sobre fútbol -hasta ahora la quintaesencia del fanatismo dialéctico- son mucho menos tensas que el debate político catalán. El apasionamiento en el debate de las ideas no tiene porqué ser negativo. El problema es cuando el simplismo y el agobio del adversario se apoderan de esta discusión.

Estamos instalados en el «resultadismo«. Importa la victoria, no jugar limpio y con respeto por el equipo contrario. «Tirarse a la piscina» para similar una pena máxima o lesionar al mejor jugador de los rivales se aceptan de buen grado si sirven a los intereses de la causa propia. Cuando jugaba al fútbol y mi equipo utilizaba estas prácticas me sentía incómodo, pero ¡a ver quién era el valiente que le llevaba la contraria al entrenador que imponía este criterio!

Las dictaduras no aceptan las divergencias y los matices. Las democracias se basan en el contraste entre ideas diversas, aunque a menudo hay una zona oscura en torno al derecho a la crítica y la injuria que amplía o restringe sus márgenes. Pero esta base es una de las grandes virtudes de las sociedades libres.

Otra pata potente de la democracia es el respeto y apoyo a las minorías. Democracia no es que la mayoría imponga su criterio a la minoría.

En las últimas semanas hay mucha gente que opta por relacionarse sólo con aquellos con los que se siente a gusto, que sabe que no lo acusarán de ser un traidor ni lo identificarán con personajes y posiciones políticas por las que no tiene ninguna simpatía.

Algunos confían en que dentro de unos días se recuperará el gusto por el contraste entre planteamientos sin tener la sensación de que se entra en un terreno peligroso, donde se imponen la tensión excesiva y las palabras subidas de tono.

Me cuento entre ellos. Quisiera hablar de todo con todo el mundo. Y que aumente el número de personas que dicen lo que piensan, que no tiene porqué ser necesariamente lo que algunos -desde los atriles políticos o los medios públicos de comunicación- les dicen que tienen que pensar.

La democracia sana es aquella donde todo el mundo puede decir lo que piensa. Cuando se encuentra con los amigos o en las plazas públicas. Se llame Joan Manuel Serrat o Jordi Sánchez.

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