Catalunya necesita un partido ecologista fuerte

La humanidad afronta un reto sin precedentes: los estragos que provoca y provocará el cambio climático sobre nuestro modelo de vida. Llegados al año 18 del siglo XXI, las evidencias de los desajustes meteorológicos anunciadas por los científicos son agobiantes, hasta el punto que un negacionista como Donald Trump ha tenido que bajar del burro y admitir, ante la virulencia de los últimos huracanes que han azotado a los Estados Unidos, que algo de anómalo y muy grave está pasando. 

Los catalanes representamos el 0,1% de la población mundial. Somos pocos, pero es nuestra responsabilidad, como la del resto de los humanos, tener cura del pedazo de tierra que hemos heredado y que habitamos y hacer todo aquello que haga falta para mantenerlo limpio y libre de agentes contaminantes. La conciencia verde está cada vez más presente en las sociedades occidentales más evolucionadas y esto se traduce en el fuerte avance que experimentan, elección tras elección, los partidos ecologistas, como acabamos de constatar hace unos días en Baviera y Bélgica

Sorprendentemente, en Cataluña -que presumimos de ser la zona más europeizada de la península- no ha conseguido cuajar todavía un movimiento ecologista organizado y potente. Hay multitud de entidades y plataformas locales que promueven la defensa del territorio y los hábitos sostenibles y saludables; hace unos años, una facción del ecologismo político catalán se asoció con los restos del viejo PSUC y crearon Iniciativa per Catalunya-Verds (ICV), pero el proyecto ha quedado muy desdibujado después de la alianza con los Comunes de Ada Colau y Podemos

¡Y eso que de problemas medioambientales tenemos un montón! La expansión brutal de las granjas de cerdos ha creado una gravísima contaminación por nitratos de las aguas freáticas; la explotación de las minas de potasa del Bages continúa generando residuos salinos que se amontonan en vertederos incontrolados que polucionan la cuenca del Llobregat; las tres centrales nucleares, que entraron en servicio hace más de 30 años, son un foco permanente de problemas… 

La concentración de la población de Cataluña en la franja litoral provoca atascos en la movilidad y genera montañas de desechos urbanos que se reciclan de manera muy deficiente. La masificación turística y la multiplicación de los cruceros en los puertos también dejan una huella de CO2 nefasta para el medio ambiente. 

Los catalanes, como todas las sociedades industrializadas, tenemos una tarea colosal por hacer: la transición energética, abandonando progresivamente las energías fósiles por otras de no contaminantes. Choca, por ejemplo, que fuentes energéticas abundantes y a nuestro alcance, como la solar o la geotérmica, sean tan poco aprovechadas para generar kilovatios limpios. También tenemos que ir cambiando nuestros hábitos de consumo, para reducir al máximo la generación de residuos y velar por el bienestar de los animales que se hacinan en las granjas de cerdos y gallinas, convertidas en “fábricas” de proteína industrial. 

En consonancia con la evolución sociológica y política que se produce en los países más evolucionados de Europa, en Cataluña necesitamos un partido ecologista específico que defienda a la Madre Naturaleza y difunda los valores de la nueva civilización del futuro, armoniosa y equilibrada. Los catalanes que se han involucrado en el proceso independentista han dado muestras de una gran solidaridad y creatividad. Sería óptimo que canalizaran su frustración actual por esta “gran mentira” que han sufrido en una oleada positiva y propositiva para convertir Cataluña en un ejemplo mundial de respeto al medio ambiente y en la utilización del transporte sostenible y de las energías limpias. Querer es poder.

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