Acabamos de entrar en un nuevo año, 2017, durante el cual, y tal y como ha ocurrido en los cuatro o cinco últimos, dedicaremos gran parte de nuestro tiempo y energías a leer, escuchar, ver y debatir planteamientos relacionados con el 'proceso' de Cataluña hacia la independencia. Acabaremos el año sin tener esta independencia. Como mucho, habremos celebrado un referéndum, en el que se dirimirá si participa más gente de la que lo hizo en el que se celebró hace ya más de dos años y qué porcentaje se decanta a favor de la independencia y cuál no.
Pase lo que pase, la cuestión no desaparecerá del escenario de un día para otro. Por ello, y asumiendo que tenemos debate para rato, sería deseable que habilitáramos espacio para la reflexión y atención a otras cuestiones. Ya sé que hay quien todo lo resuelve diciendo que el día en que seamos independientes podremos acabar con la pobreza energética, las colas en las urgencias de los hospitales, la gente durmiendo en la calle e, incluso, con la acogida a los refugiados de guerras espantosas y países marcados por la miseria y la inseguridad.
Pero sería de agradecer que se repartiera mejor nuestro tiempo -tanto el vital como el de los medios de comunicación- para no tener que tardar varios años en darnos cuenta de que le hemos dedicado demasiado a una causa que no nos habrá hecho mejores ni como personas ni como sociedad.
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