Entrevista a Juan Marsé

«Los independentistas nunca conseguirán sus propósitos»
Juan Marsé
Juan Marsé

Considerado uno de los mejores narradores en lengua española de la segunda mitad del siglo XX, Juan Marsé (Barcelona, 1933), siempre ha mantenido malas relaciones con el nacionalismo. En 2017 suscribió el manifiesto 1-O, Estafa antidemocrática, firmado por casi mil intelectuales y artistas de izquierda.

En 2016 se cumplió el 50º aniversario de su inolvidable obra Últimas tardes con Teresa. Con esta novela, usted situó en el mapa literario a un personaje, el Pijoaparte, que se ha convertido en el arquetipo del “Charnego”, el inmigrante llegado a Cataluña desde otras partes de España. Y quizás ha sido el escritor que mejor ha retratado las virtudes, miserias y anhelos de este tipo humano. Sin embargo, su familia es catalana de pura cepa y su lengua materna es el catalán. Incluso tanto su padre biológico como el adoptivo militaron en un partido ultranacionalista como Estat Català. ¿Cómo consiguió meterse en la piel de un charnego, si usted no lo es ni de lejos?

 

Todo es cuestión de cierta imaginación. Mis experiencias personales, incluso familiares, tienen poco que ver con personajes como el protagonista de Últimas tardes con Teresa. Mi padre, precisamente por el hecho de pertenecer a Estat Català y ser un separatista moderado, pero separatista y nacionalista al fin y al cabo, creo que me inoculó anticuerpos contra el independentismo, que nunca me interesó. Y tuve discusiones con él por este tema. Ahora bien, lo de Últimas tardes con Teresa proviene de unas experiencias mías que se iniciaron en París, cuando vivía allá y daba clases de español a unas señoritas de la burguesía francesa, muy interesadas en aprender el idioma, especialmente una de ellas, que se llamaba precisamente Thérèse. Pues bien, estas señoritas sentían también fascinación por los barrios marginales de Barcelona, que yo les describía exagerando, porque me daba cuenta de que todo eso les gustaba: El Carmelo, el Barrio Chino, etc.

Posteriormente, la idea del joven de provincias sin medios de fortuna que intenta integrarse en una sociedad que le es hostil proviene de mis lecturas, sobre todo de mis lecturas de la novela del siglo XIX. Es decir, Últimas tardes con Teresa le debe mucho a ciertos personajes de Balzac y de Stendhal, que tratan precisamente esta temática.

 

Acaba de mencionar un tema interesante, que Josep Maria Cuenca, en su espléndida biografía Mientras llega la felicidad (Anagrama), expresa en estos términos: “… en lo que Pep (Pep Marsé Palau, su padre adoptivo) fracasó radicalmente fue en acercar a sus hijos a las ideas nacionalistas. Es más: él mismo constituyó una vacuna antinacionalista para ellos. Y en ello tuvo mucho que ver su fundamentalismo lingüístico”. ¿Podemos rastrear aquí los orígenes de lo que más tarde serán sus malas relaciones con el poder nacionalista que domina en Cataluña desde 1980 o no tiene nada que ver?

 

Bien… No sé si surgen de este punto… No tengo una idea muy precisa del asunto… Pero es mi experiencia personal actual y desde hace algún tiempo. Considero que Cataluña, y más concretamente Barcelona, vive una esquizofrenia cultural y lingüística. Pero no es un problema de ahora, es un problema de hace muchísimos años, de siempre. El independentismo ha intentado imponerse sin darse cuenta de que por buena y talentosa que sea la cultura de un país, en ocasiones es minoritaria en relación con la de otro, y éste es el caso. La cultura catalana siempre será minoritaria respecto a la española, por razones de orden geográfico e histórico, no por otra cosa. Los independentistas no lo quieren asumir y eso les lleva a desear la ruptura total: cultural, social, lingüística, etc.

De todas maneras, mi padre muy radical no era. En casa era un hombre amable, muy afectuoso con sus hijos, muy trabajador… Y por otra parte, en aquella época, la de mi infancia, lo primordial era el antifranquismo. Es decir, mi padre era sobre todo antifranquista. Y él seguramente creía que una forma eficaz de serlo consistía en inscribirse en partidos decididamente antifranquistas, por descontado, pero también nacionalistas. De hecho, el nacionalismo catalán incluyó un antifranquismo muy eficaz, en algunos casos.

 

Usted ha convivido toda la vida con esta población inmigrante, castellanoparlante. Han sido sus vecinos, sus amigos. De hecho, protagonizan su obra. ¿Cómo se le queda el cuerpo si le digo que la actual consellera de Cultura, Laura Borràs, firmó en 2015 un manifiesto, denominado Manifiesto Koiné, donde se afirma que el régimen franquista “completó en dos generaciones” la “bilingüización forzosa” de Cataluña “mediante (…) la utilización de una inmigración llegada de territorios castellanoparlantes como instrumento involuntario de colonización lingüística”?

 

Eso es un disparate como una casa. ¡Le otorgan al general Franco estrategias grandiosas que nunca llegó a concebir! (ríe). Además de culpabilizar a los inmigrantes, claro. La inmigración fue consecuencia de la miseria del país y de la falta de trabajo. La gente se buscaba la vida en otros sitios. Nada nuevo, esto ha pasado en otros países. Son las tonterías que dicen los nacionalistas. Como lo de Quim Torra, que se despachó a gusto diciendo que los españoles son como bestias. Esto se debe a la estupidez y a la imbecilidad inmensa de esta gente.

 

Y el president Torra no sólo tiene tuits de este tono. En un artículo firmado en 2012 (Llanos de Luna o la ‘normalidad’ de hablar en español en Cataluña) llega a afirmar: “No, no es nada natural hablar en español en Cataluña. No querer hablar la lengua propia del país es el desarraigo, la provincialización, la voluntad persistente de no querer asumir las señas de identidad de donde se vive”.

 

Bueno, este tío está pirao. Está “torrat”, que decimos en catalán. O es un “torracollons” (tocacojones), como le llaman algunos. Es así, es lo que hay. Y Puigdemont igual. No tienen en la cabeza nada más que esto.

 

¿Ha sufrido algún tipo de crítica, marginación o menosprecio por haber escogido el castellano como medio de expresión literaria?

 

Aparte de aquello que pasó hace un tiempo en una biblioteca de Cambrils…

 

Sí, cuando le escribieron botifler (traidor) y renegao en las páginas de algunos de sus libros.

 

Bien, pues aparte de aquello, no. Ignorarme desde las instancias oficiales, sí. A mí me dieron el Premio Cervantes y aún estoy esperando que algún representante oficial de Cataluña se alegre. Pero bueno, a mí me importa un rábano. Yo siempre he estado y estaré en la frontera, es decir, contra todo esto. Le explicaré una cosa: una vez recibí en casa la visita del representante cultural de Cataluña en Madrid, Ferran Mascarell. Entonces era conseller de Cultura, me parece, y pertenecía a Convergència i Unió. Resulta que vino a verme porque querían rendirme un homenaje. Le dije que de ninguna manera. Que antes me dejaba matar. También me llamaron varias veces desde TV3 para hacerme una entrevista. Y yo siempre les decía: “¿En qué sección aparecerá?”. Y me contestaban: “En la de cultura”. Entonces respondía: “¿TV3 y cultura? Imposible”. Quiero decir que incluso me divierte todo esto, incluso me han dado motivos para divertirme, para pasármelo bien.

 

Por lo que veo, sus malas relaciones con el poder nacionalista no sólo no le han perjudicado literariamente, sino que además no las ha vivido como un drama…

 

Exacto. Es más: estoy orgulloso.

 

Usted firmó en 2017 un manifiesto, llamado 1-O, Estafa Antidemocrática, promovido por el movimiento de izquierdas no nacionalista Recortes Cero. ¿Qué le impulsó a hacerlo?

 

Es que estoy en contra del procés… ilegal, oiga. Cualquier tipo de consulta que sea ilegal -y en este caso lo era-, pues estoy en contra.

 

Han pasado ya más de cinco años desde el inicio del procés. Con la perspectiva que da todo este tiempo, ¿cuál es el paisaje que contempla después de la batalla?

 

Un paisaje crispado, muy desagradable y que está en manos de políticos incompetentes o corruptos.

 

Y llegados a este punto, ¿cómo ve el futuro?

 

Ya se lo he dicho, la situación está mal. Se han de resolver muchísimas cosas: fortalecer la autonomía, una especie de sistema federalista que me parece que funcionaba; tal vez se habrían de ajustar también algunas cuestiones de orden financiero, no sé… Pero en fin, de momento la cosa está en proyecto; no veo que aún se resuelva nada en concreto. Todavía está libre Billy el Niño, condecorado y subvencionado con dineros del contribuyente… Bien, todas estas cosas se han de arreglar. Pero lo primordial sería volver a la relación armónica que existía entre Cataluña y el resto de España antes del procés.

 

¿Y la armonía entre las dos Cataluñas, la independentista y la no independentista?

 

Bien, mi opinión es que los independentistas nunca conseguirán sus propósitos de separación; el mundo ya no va por aquí, y Europa tampoco. Más bien todo lo contrario. Algún día tendrán que reconocer su fracaso definitivo. Y creo que empiezan a hacerlo.

 

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