Entrevista a Gemma Lienas

Escritora, militante en las causas de género y exdiputada por Catalunya Sí que es Pot
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Escritora, militante en las causas de género y ex–diputada por Catalunya Sí que es Pot, en el Parlamento de Cataluña, en la anterior legislatura.

La violencia se asocia a la guerra, a las pistolas…, a algo físico ¿Empieza y acaba ahí la violencia o adquiere otras variables, no menos preocupantes?

No es fácil definir en pocas palabras la violencia, pero podría decirse que es cualquier forma de coacción a otra u otras personas, no solo con la fuerza sino mediante ideas, comportamientos, actitudes… Por ejemplo, las mujeres hemos sufrido muy a menudo violencia que no es física. No hace falta que te peguen una bofetada para estar sufriendo violencia de género. Existe la violencia sicológica, que es muy bestia. Por ejemplo, yo era tertuliana en una radio de Cataluña, en la que participaba uno que miraba a todos menos a mí, de lo cual él no era consciente, pero que era una forma de violencia. Hasta tal punto que dejé de participar en ella. Si yo le hubiera dicho a él que aquello era violencia no lo hubiera entendido, pero para mí lo era. La violencia no es solo una bofetada o una pistola. Son muchas más cosas.

¿La violencia es consecuencia, está ligada o forma parte del miedo?

He estudiado bastante la violencia y he escrito sobre ella un par de libros para gente joven. La violencia siempre se utiliza cuando se tiene miedo del otro o se quiere sojuzgarle, subordinarle, a tus ideas. Eso no requiere utilizar la fuerza física sino, en muchas ocasiones, una violencia emocional, simbólica. Yo me había preparado para soportar un cierto choque el día en que se hizo pública mi candidatura al Parlament, pero no para lo brutal que fue. En menos de media hora, recibí 300 twitters de gente desconocida y también conocida atacándome. Personas con las que había compartido trabajos, de las que había sido profesora… Me sorprendió muchísimo que gente, a la que yo consideraba mi gente, me atacaran tan brutalmente. Me llamaron tonta muchas veces, ignorante, puta, fea… Me dijeron de todo, que estaba en el otro bando, cuando yo no participaba en principio de ningún bando, porque formaba parte de un grupo que defendía el derecho a decidir. En ese momento, me di cuenta del nivel de violencia soterrado que había en nuestro país y del que yo no había sido consciente.

¿Entonces, ésta violencia, más que abstracta, se materializa en las relaciones de proximidad entre las personas, en el trabajo, la familia, los amigos…?

Sí, claro. Y yo no había sido consciente de ello hasta que salió mi nombre en los periódicos. Fue un choque de realidad, porque me di cuenta que nuestra sociedad estaba muy dividida, que había una parte que estaba dispuesta a utilizar la violencia, aunque no se dieran cuenta de ello. Esto fue para mí muy doloroso, como lo fueron los dos años que estuve en el Parlamento. Yo lo he vivido muy mal. En los chats, donde la gente se relaciona más, se acusa mucho todo esto, pero también presencialmente. En grupos muy próximos, hemos dicho que ya no se puede hablar más de este tema. Porque yo no quería acabar peleada, y me sorprende mucho que gente muy cercana, con la que he discutido, diga que la sociedad no está dividida. Los dos años de Parlament, que han sido muy interesantes por muchas razones, a mí, emocionalmente, me hicieron mucho daño, especialmente en los meses de septiembre y octubre, que fueron terribles. La violencia fue allí extrema en los plenos, porque cuando no se respeta ninguna ley, lo que dicen los letrados, lo que dice el Consell de Garantías…, haciendo valer una mayoría. Una mayoría simple con la que no se puede modificar ni el Estatuto.

Cataluña, como el entorno europeo, ha sido históricamente escenario de grandes violencias ¿Cómo, de la noche a la mañana, puede transmutarse todo eso en una propaganda engañosa, que olvida el pasado y edulcora el presente?

En la violencia de género, que la conozco muy bien, cuanto más evolucionada es la sociedad, hay menos violencia física y más sicológica. Por eso cuando se dice «nosotros somos pacifistas» no es verdad. No nos dan tortas, pero arremeten contra nuestros derechos y contra todo. Se repite mucho, como si fuera algo correctísimo, que somos distintos. Distintos de los españoles, claro. Tengo amigos en España, con los cuales me siento muy próxima; cosa que no me ocurre en Cataluña. Lo de «distinto» suena a un supremacismo que pone los pelos de punta.

¿La exteriorización de las creencias, mediante símbolos, etc. es, en este sentido, una forma de violencia?

Absolutamente. Todo eso es una violencia simbólica. Que una presentadora de una televisión, que tendría que ser la de todos porque es pública, aparece con una camiseta con la imagen de Puigdemont o con un lazo amarillo, resulta una forma de violencia simbólica hacia quienes no comparten las mismas ideas Me hice feminista desde muy pequeña, porque ya veía cosas que no me gustaban. Una de las que más me impresionó fue un hecho de violencia simbólica. Mi abuela era viuda. Había estado casada con un señor francés, y en sus tarjetas de visitas ponía «Madame veuve de Philippe Massó (Señora viuda de Philippe Massó), y yo pensaba como mi abuela, que está tan viva, puede figurar como viuda; es decir, menos importante que alguien que se había muerto. Esto es violencia simbólica.

Las banderas en los balcones, el señalamiento de los lazos y hasta del color amarillo, en general ¿Qué función tiene?

Ha propósito de la omnipresente estelada, habría que preguntarse sobre las reacciones que hubiera suscitado si se hubiera hecho lo mismo y antes con banderas españolas. La bandera española les parece horrible y la estelada maravillosa. A mí no me gustan las banderas. Y me parecen una forma de violencia simbólica, que tiene como finalidad no seducir sino imponerse. Yo misma he desarrollado una resistencia al nacionalismo que no tenía al principio. En sustitución de la violencia física, que es contraria a su revolución de las sonrisas, han recurrido a la otra, a la sicológica, a la simbólica.

En oposición, quizá como una prueba más de la maldad congénita de España, el «Procés» hace valer las cargas policiales del 1-O…

Sí, porque no se acuerdan del 15 M. Porque no se acuerdan de los deshaucios… No se acuerdan de cuantas veces los «Mossos», nuestra policía buena, ha pegado. Guste o no la policía, tiene una función. La izquierda sabe históricamente que es y para qué está la policía. Lo ha experimentado en carne propia. Cosa que nunca le había ocurrido a alguna gente movilizada en torno al 1-O. El viernes anterior al referéndum, me llamó gente que, con aire de fiesta, me decía que iban a ocupar alguna escuela. Yo les aconsejé que tuvieran cuidado. Un poco después, llorando como magdalenas, se quejaban de lo que habían hecho. En realidad, menos de lo que muchos esperábamos.

¿Estamos en presencia de una especie de violencia nueva, tan rara que podría calificarse de «la violencia del pacifismo»?

Eso es cinismo. Cuando veía imágenes de señoras en sillas de ruedas que se las llevaba a votar, pensaba, ¡Dios mío, que irresponsabilidad más absoluta! A mí me dolieron las cargas policiales, pero ya sabía lo que podría ocurrir y tenía miedo de que aquello pudiera acabar en un baño de sangre. ¿No hemos visto que pasa en Calais cuando la policía carga contra los emigrantes? ¿Y en Alemania?… Nosotros mismos, en la Dictadura, no podíamos manifestarnos ni diez minutos.

¿Cómo ocurre con lo panóptico, estamos interiorizando quizá la violencia y empezamos a comportarnos según sus leyes?

En la «Creación del patriarcado», la antropóloga Gerda Lerner cuenta como inicialmente las tribus ganadoras en las luchas mataban a todos los guerreros jóvenes y solo dejaban a las mujeres y los niños. A las mujeres, porque luego las violaban y cuando tenían hijos se vinculaban a la tribu, y a los guerreros porque resultaba muy costoso mantenerlos. Todo ello hasta descubrieron que había formas de controlar a las personas, mediante las palabras, mediante la política. Eso me llevó a estudiar los campos de esclavos en EE.UU., donde se puso de manifiesto que se podía controlar a las personas sin utilizar la violencia física, quitándoles sus raíces y socavando su autoestima. A lo cual no es ajeno, sino todo lo contrario, el vocabulario. El «Procés», sin ir más lejos, nos están robando las palabras.

¿Y qué se puede decir del papel de los medios en la creación de este marco de coerción?

Juegan un papel muy importante, porque son los transmisores del relato dominante, y sus efectos son demoledores. Basta referirse a cualquier tema, como, por ejemplo, la economía para comprobar el grado de distorsión de la realidad. No se entiende que nuestros problemas no son ya iguales a los de España, sino que son globales. Precariedad en el empleo, pobreza, gap cada vez mayor entre los muy ricos y los que cada vez tiene menos… Los televidentes asiduos de TV3 responde a todo esto con las consignas que escuchan, como «Madrid nos roba».

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