Entrevista a Ferran Pedret

Portavoz adjunto del grupo parlamentario socialista en el Parlamento de Cataluña y socio de Federalistes d'Esquerres
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Abogado laboralista. Milita en el PSC y es portavoz adjunto del grupo parlamentario socialista en el Parlamento de Cataluña. También es socio de Federalistes d’Esquerres. Ha escrito «Cuando sucede lo inesperado, el 15 M y la izquierda», «Nosotros los federalistas» y «Salir del atolladero», que trata sobre la autodeterminación y el nacionalismo.

El federalismo tiene bastante que ver con aspectos técnicos, pero ¿No es a la política a quien corresponde tomar la iniciativa para avanzar hacia él?

La política tiene mucho que decir, pero hay que tener en cuenta que la política no se hace solo en las instituciones. Se hace también en la calle, las fábricas, los movimientos sociales… De entrada, para la izquierda catalana, incluido el anarco-sindicalismo, el federalismo no es solo un determinado modelo de organización administrativa y territorial del Estado, sino un principio de organización social. La idea federal va mucho más allá de cómo articular territorialmente un Estado, de cómo establecer mecanismos para equilibrar la formación de la voluntad general del Estado, para que las partes puedan participar. Es la idea de la libre asociación entre individuos para ir generando espacios de cooperación mutua, auto-gestionados, que se van engarzando, en base al principio federativo. En realidad, para producir toda la vida social, desde la economía, la redistribución de la riqueza, la producción del ocio, de la educación… De ahí la larga tradición de las izquierdas autogestionarias, que promovían el federalismo dese el cooperativismo, el mutualismo, el sindicalismo…

¿Estos principios federalistas en que se sustentan?

A riesgo de cualquier simplificación, el federalismo es la elaboración teórica y también la práctica política de una pulsión muy humana, que se contrapone a otra, también muy humana, que es la construcción de la alteralidad. El federalismo es una visión distinta a la alteralidad. La idea de cualquier «nosotros» que se quiera definir, separando a unos individuos de otros siempre termina siendo falaz. El «nosotros» engloba a todos, desde la perspectiva del federalismo. Evidentemente, el federalismo no pretende borrar la diversidad. Por el contrario, trata de articularla. Así como de la triada revolucionaria de «Libertad, igualdad y fraternidad», las dos primeras han terminado encontrando su forma de expresión política, constitucional, en la construcción de Estados democráticos, la fraternidad debe encontrar su espacio en la construcción de Estados federales. Encarna, en definitiva, la idea de abordar de otra forma la existencia del otro.

¿No es tan aceptado, universal y practicado el federalismo en el mundo que casi ha dejado de ser una causa para convertirse en normalidad?

La mayor parte que vive en democracia en el mundo lo hace en un sistema de tipo federal. Cosa, que algo nos debería indicar respecto a sus virtudes, pero también es verdad que, al haberse institucionalizado, el debate entorno al funcionamiento del federalismo ha derivado a menudo en algo muy técnico y académico. Pero quizá también pasa esto con los principios básicos de funcionamiento de un Estado democrático, donde hay una democracia consolidada. Es donde no tenemos un sistema federal donde se produce una reflexión más cercana a lo ideológico y político. En el caso de España, en particular, la cuestión del federalismo está muy impregnada del eje derecha-izquierda, por nuestra historia. La derecha española, desde la I República, siempre ha asociado la idea del federalismo a la disgregación de la unidad de España.

¿Es, entonces, el federalismo cosa de la izquierda?

No necesariamente tiene por qué estar asociado el federalismo a la izquierda. De hecho, a los fundadores de los Estados Unidos de América, que escribieron que se construía la federación para tener una unión más perfecta, difícilmente se los podría calificar de izquierdistas. Del mismo modo que la izquierda no da el mismo contenido al concepto de democracia que el liberalismo clásico, en la medida en que aspira a superar la democracia formal y llegar a una real. Decía León Gambetta que lo que caracteriza esencialmente a una democracia no es el hecho de reconocer iguales (por Ley), sino crearlos, a través de dotar a todos los miembros de una sociedad de los mínimos materiales imprescindibles para desarrollar su proyecto de vida con autonomía y dignidad. Lo que entendemos como las bases materiales de la libertad. En el fondo, la dicotomía entre libertad e igualdad es falsa. Aspiramos a una sociedad igualitaria porque queremos la misma libertad para todo el mundo.

¿Y el «soberanismo», que tan de moda está entre algunas izquierdas catalanas, no entra en franca contradicción con el federalismo?

El concepto político de «soberanía» es más bien obsolescente. En el fondo, si se entiende la soberanía como la facultad sobre todas las facultades, nunca ha debido existir un Estado plenamente. En cualquier, caso, al margen de la discusión histórica y el origen del término, que tiene algo de monista, el «soberanismo» no define bien donde estamos. Para la izquierda debería tener más sentido la idea de democratización en cualquier nivel de decisión.

¿La democracia es revolucionaria?

No es nada nuevo pensar que la democracia hasta sus últimas consecuencias nos lleva al socialismo.

¿Por qué tanta resistencia en España al federalismo?

Padecemos traumas históricos que explican esta resistencia al federalismo, sobre todo por parte de la derecha, pero también en la izquierda, porque se asocia al cantonalismo y la disgregación. El federalismo es todo lo contrario de la disgregación. Es la idea de construir una unión en la diversidad, aunque el carácter marcadamente ideológico de la defensa del federalismo también influye en el debate. En cualquier caso, está bien que las principales fuerzas de la izquierda, el PSOE y Podemos, estén propugnando por primera vez desde la primera República un modelo de espacio de tipo plurinacional, federal.

¿Puede considerarse el Estado de las autonomías un modelo federal, aún con todos sus defectos y pocas de sus virtudes?

Tenemos un sistema muy peculiar, que cuando se estudia se hace desde la perspectiva federal o cuasi federal. El diseñador constituyente diseñó un modelo para que se pudieran acoger a él las nacionalidades llamadas históricas, las que durante la II República habían tenido algún grado de autonomía. El modelo permitió también el acceso al autogobierno de territorios que seguramente ni se lo habían planteado. Si algo acredita que el principio de subsidiariedad, propio del federalismo, es bueno, es el autogobierno que ha servido a Extremadura, Castilla y León, etc. Pero lo que hay que hacer es tratar de hacer evolucionar nuestro sistema autonómico a uno plenamente federal ¿Cuál es la mejor forma de hacerlo? Pues reformando la Constitución que permita incorporar mecanismo e instituciones federales. Y lo que también le falta a España para ser un Estado plenamente federal son medios de participación de las partes federadas en la voluntad común del Estado. También le falta política de reconocimiento, que le digan a la gente con identidades mixtas que el Estado también es suyo, que no es patrimonio de la identidad mayoritaria.

¿En una eventual consulta sobre el modelo territorial, en base a preguntar si se quiere permanecer con el modelo actual, recentralizar el Estado o crear un nuevo modelo de base federal, cual podría ser el resultado previsible?

Hay encuestas que introducen esa tercera opción con distintas denominaciones, pero tampoco está claro que esa pregunta responda a las opciones realmente disponibles. Los socialistas catalanes no somos nacionalistas, no compartimos el principio de las nacionalidades que en su día formuló Mancini. No creemos que cada nación cultural debe formular su propio Estado y tampoco que el Estado se pueda permitir una sola nación. Del mismo modo que estamos convencidos de que el sistema capitalista no es la forma definitiva social y económica de la humanidad, también creemos que el Estado-nación no es la forma definitiva de organización política y administrativa de la humanidad. Queremos ir más allá de la identidad nacional como criterio para la formación de una comunidad política. Queremos que nuestras comunidades políticas se conformen de acuerdo a unos valores constitucionales debatidos, compartidos y fijados en una Constitución. Y habría que ir separando el concepto de nacionalidad del de ciudadanía. Es bastante arbitrario lo de que la identidad lleva a crear una comunidad política con los que comparten esa identidad, sobre todo en sociedades crecientemente plurales y complejas, como la nuestras. Importa que se pueda vivir una identidad con plena libertad, pero en base a compartir derechos y obligaciones ciudadanas. Y, desde luego, es buena una laicidad del Estado respecto a las identidades nacionales.

¿Y qué pinta la Unión Europea en todo esto?

La UE, con elementos de confederación y federales, también tiene pendiente perfilar el modelo. Puestos a soñar, habría que pensar en una Federación Mundial, porque muchos problemas que tienen que ver con nuestra vida cotidiana, como el cambio climático, el movimiento de capitales, las migraciones…, son globales.

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