«Tal vez, los charnegos hemos tomado conciencia de serlo con orgullo»

Entrevista a Anna Pérez Quintana
Anna Pérez Quintana
Anna Pérez Quintana

Economista, especializada en relaciones entre economía, empresa y mujer. Profesora de economía de empresa y directora de la unidad de Igualdad, en la Universidad de Vic-Universidad Central de Cataluña.

No parece inocente el origen del término “charnego” (“xarnego”, en catalán), derivado del gascón “charnégo” (mestizo o forastero no adaptado) que, a su vez, deriva del castellano “nocharniego”, aplicado a perros de caza nocturna. En cualquier caso ¿Cómo se entiende en tiempos más recientes?

Siempre interpreté, como era mi caso, que charnego era quien tenía madre o padre catalán y el otro de fuera. Y ese es uno de los significados que tiene, aunque hay otras acepciones: quien tiene los dos padres de fuera, el que ha nacido fuera de Cataluña, el inmigrante castellano-hablante residente en Cataluña… No sé bien cuál es la etimología del término. Solo sé que me siento charnega.

¿Y cómo se siente una charnega?

Pues como a quien se le califica con un término peyorativo, como así lo reconoce hasta el Instituto de Estudios Catalanes que, oficialmente, dice que se corresponde a un inmigrante castellano hablante residente en Cataluña, dicho despectivamente. En tal sentido, sirve para marcar diferencias: “tú eres distinta o distintos a nosotros”. Empiezo a tomar conciencia de que soy charnega en la escuela, cuando las compañeras de clase me conocían como “La charnega”. Y, curiosamente, en los veranos, cuando bajábamos al sur, a ver los abuelos andaluces, allí era nombrada “La catalana”. Entonces, te preguntabas ¿Yo que soy?

¿De pequeña, en la escuela, no había compañeras y compañeros que compartieran tu condición de charnega?

Era una escuela muy catalana, es verdad. Pero, supongo que yo, además, ejercía de charnega…, hasta que descubrí que eso era malo. Era una escuela del barrio de Gracia (Barcelona), en los años 70, justamente la época de la muerte de Franco. Yo notaba que aquéllo me apartaba.

¿Te apartaba por qué? ¿Por no hablar catalán?

No. Porque era de clase más baja. Más que la asociación con la lengua catalana, con la condición de ser o considerarse catalán, con el hecho de haber nacido o no en Cataluña, lo de charnego tenía una connotación de clase. Como la gente que venía de otros lugares de España a Cataluña eran gente con pocos recursos, pues se asociaba charneguismo a pobreza, que era lo más evidente. Bastante más que la identidad, incluido el catalán, que yo lo hablaba perfectamente. A un rico de fuera no se le llamaba charnego, lo mismo que ocurre con un jeque árabe, que no es “moro”.

¿Cómo llevaste el sambenito?

Como tenía la suerte, entre comillas, de tener una madre catalana, pues me aferré al modelo ganador. Me convertí en la más catalanista y la más independentista de la clase, para no ser tildada de eso totalmente despreciable que era ser charnega. Todo hasta que descubrí que no eran tan malo. Y, realmente, he estado muchos años escondida en el armario hasta que me he atrevido a salir. Hasta llegar a decirme “soy charnega y a mucha honra”. Cosa que empezó a suceder ya antes del “Procés”. O sea, que ésta, digamos, toma de conciencia, no ha sido consecuencia de lo que últimamente viene ocurriendo en Cataluña. Aunque supongo que para mucha gente si ha podido ser un catalizador de su identidad.

¿En cualquier caso, hay un antes y un después del “Procés” respecto a las identidades catalanas?

Ha cambiado mucho el panorama. A mí, me desesperaba tener que escoger entre un origen u otro, empezando por mi propio padre, que me preguntaba ¿Tú de dónde eres?, como queriendo decir ¿A quién quieres más a tu padre o a tu madre? Desde entonces, cuando, por ejemplo, algún entrevistador del CIS venía por casa y hacía la típica pregunta de ¿Usted, que se siente? ¿Tan catalán como español? ¿Más catalán que español? ¿Más español que catalán?, me desesperaba porque, otra vez, me obligaba a tener que escoger entre un origen u otro, cuando lo que yo quiero es disfrutar y aprovechar al máximo de los dos orígenes. No tener que renunciar a nada. Y a la que llegó el “Procés” fue como reviví, de nuevo, mi verdadera manera de vivir las cosas.

Esto del “nosotros” y “ellos”, que parece estar muy extendido, parece que debería estar atenuado objetivamente por el roce, por el contacto entre ambas categorías ¿Cómo interpretar que haya podido anidar en Cataluña, que es una encrucijada de identidades?

Cataluña, siempre ha sido zona de paso entre África y Europa (con todas las influencias que eso supone), un territorio abierto al mar… y, además, cada vez que ha vivido épocas de crecimiento económico, ha necesitado mano de obra exterior. De ahí, las remesas de emigrantes, es decir, de charnegos, en Cataluña. Se calcula que en los años 70-80 llegaron a Cataluña alrededor de 800.000 andaluces. Y no hace falta darle muchas vueltas para ver que Cataluña es charnega. O sea, que más del 70% de la población tiene uno u otro apellido acabado en “z”, o del resto de España. Y pienso, además, que esta es una de las grandes potenciales de esta tierra, la mezcla que ha vivido siempre. Por tanto, no entiendo como ahora la cuestión identitaria pueda ganar terreno. A no ser que sea interpretada como reacción a la globalización y sus tendencias unificadoras. Prefiero creer esto, en vez de un sustrato racista instrumentalizado.

¿Engarza, de algún modo, el charnegismo con los nacionalismos, que ahora rebrotan por Europa y más allá?

El charnegismo, en el fondo, habla de destacar la diferencia como factor de distancia y no de acercamiento, y esto es fatal. Cosa en la que coincide con otras expresiones de supremacismo, chovinismo, etc. que están latentes en muy diversos lugares, y que cuando existe un cierto caldo de cultivo favorable, vuelven a reactivarse. Y es curioso que ahora charnegos y no charnegos coincidan en usar términos despectivos con los emigrantes internacionales: "moros, sudacas, panchitos…”

¿Hubo anteriormente una mejor cohabitación entre la comunidad charnega y la que podría considerarse autóctona?

Las familias de andaluces vivían en el cinturón industrial de Barcelona, en barrios pobres, formaban parte de la clase obrera. Y muchas de esas familias cogieron el ascensor social. Bastantes de sus hijos accedieron a la Universidad y a empleos cualificados. En este sentido, no podemos decir que Cataluña sea racista, aunque haya racistas. Pero lo que si puede estar ocurriendo es que esa realidad no se ha trasladado del todo al imaginario, donde sigue habiendo líneas divisorias en la política, la ideología, las querencias… A mi han llegado a decir “es que tú eres andaluza”, como explicación de mi manera de ver las cosas ¡Una sorpresa!, porque nunca me había sentido andaluza. Y tengo la impresión de que a los nuevos inmigrantes internacionales les va a costar mucho más subirse el ascensor social, porque el crecimiento económico no va a ser el que fue.

¿Crees que, de todos modos, el nacionalismo catalán y derivados, al tener focalizado como enemigo político interior al charnego (sobre todo por lo que vota) aparenta un cierto paternalismo con la inmigración internacional?

No son considerados charnegos, sino algo peor, pero sí que puede haber una especie de oportunismo con ellos. Es cierto, que un colectivo muy amplio del charnegismo ha tomado la decisión, después de “Procés”, de no volverse a identificar con el catalanismo. Es decir, cada vez hay menos gente que esté a medias tintas. Tras haberse tensado todo tanto, los matices han desaparecido. Para en el nacionalismo el enemigo principal es “España” y por extensión los “españoles”, incluidos los catalanes que no comulgan con sus presupuestos. Los emigrantes internacionales no entran en esta categoría. En realidad, se les considera unos parias, aunque los que votan si pueden ser objeto de un cierto cortejo. Pero el racismo también se manifiesta con su peor cara a la hora, por ejemplo, de abrir una mezquita o de alquilar un piso una familia marroquí. Y sobre la denominada “integración” habría mucho que hablar, porque ha sido interpretada como el abandono de lo propio para abrazar lo dominante.

¿Qué papel le adjudicas al miedo en todo esto?

Tocar la fibra del miedo es muy de derechas. En cuanto se siente amenazada, la gente toma decisiones de voto drásticas, radicales. Y a río revuelto ganancia de pescadores. Los extremismos salen beneficiados del miedo. Del mismo modo, incidir en la identidad, como instrumento político, tiene mucho de disolvente. Gente que tradicionalmente se ha sentido de izquierdas en Cataluña, ahora se sienten amenazados. Pero, tal vez, los que somos charnegos hemos tomado conciencia de serlo con orgullo.

 

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